El Senado aprobó recientemente la ley que establece que los colegios del país deberán garantizar al menos 60 minutos diarios de actividad física y deporte para todos los estudiantes. La medida ha sido celebrada por especialistas, docentes y familias, ya que pone en el centro una urgencia evidente: la inactividad física infantil y adolescente en Chile alcanza niveles alarmantes, con consecuencias directas en salud, bienestar y aprendizaje. Sin embargo, después del entusiasmo inicial surge la pregunta inevitable: ¿cómo se va a implementar en los colegios?

No basta con tener una ley. El verdadero desafío está en convertir esos 60 minutos en experiencias significativas, sostenibles e inclusivas. Muchos establecimientos, sobre todo los más vulnerables, no cuentan con infraestructura suficiente, espacios adecuados, ni personal especializado para sumar una hora de actividad física diaria. En algunos casos, los patios son pequeños, los horarios están saturados y el currículum apenas deja espacio para respirar. Implementar esta normativa exige entonces repensar la organización escolar y asumir que el movimiento no es una pérdida de tiempo, sino una forma de aprender y vivir mejor.

La ley, además, especifica que estos minutos no pueden reemplazar la clase de Educación Física. Eso implica un cambio cultural profundo, ya que el movimiento no debe entenderse como un recreo extendido ni como un castigo, sino como una experiencia educativa, donde todos puedan participar y disfrutar. Aquí los profesores de Educación Física tienen un papel clave, pero también toda la comunidad escolar. No se trata solo de correr o saltar, sino de educar en el movimiento, promoviendo hábitos activos, trabajo colaborativo, respeto y autocuidado.

Otro punto crucial será la formación docente y el acompañamiento institucional. ¿Están los colegios preparados para diseñar actividades diarias, variadas y seguras? ¿Habrá apoyo de las autoridades pertinentes para capacitar, equipar y monitorear? Si esta normativa no viene acompañada de recursos, orientaciones y trabajo intersectorial, corremos el riesgo de que los 60 minutos terminen siendo un ideal más que una realidad.

También debemos pensar en la inclusión, ya que la ley establece que ninguna discapacidad o enfermedad podrá ser motivo de exclusión, lo que es un gran avance. Pero garantizar esa participación requiere de adaptar espacios, actividades y estrategias pedagógicas. El desafío es grande, pero también una oportunidad para que la escuela chilena se reconecte con el cuerpo, la naturaleza y la alegría de moverse.

Los 60 minutos ya son ley. Ahora toca lo más importante, que esos minutos se transformen en tiempo de calidad, en aprendizaje significativo y en un compromiso real con la vida activa. La legislación nos da el marco; nosotros, como educadores, debemos darle sentido y movimiento.

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Equipo Prensa
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