Dr. Julio Inda

Director Escuela de Ingeniería

Universidad del Alba

 

Pareciera ser que Chile tiene prisa en comenzar la producción de litio, pero lamentablemente seguimos con el mismo pensamiento de extraer recursos, dándole un mínimo de valor agregado. Y con eso nos conformamos. Sin embargo, creemos que es hora de reflexionar a nivel país sobre este asunto, y por qué no, pensar en grande.

Su desarrollo está aparejado con la industria manufacturera, y por este motivo, una opción a considerar sería convertirnos en productores de baterías de litio. Desde el punto de vista de emanaciones de anhídrido carbónico por parte de los combustibles al Medio Ambiente existen soluciones. Hay que avanzar.

Chile, a través de los impuestos y fuentes de trabajo, busca obtener desarrollo y calidad de vida. El litio podría aportar a ambos objetivos, siempre y cuando se impulse una clara política de Estado para levantar fábricas de baterías. Su utilidad es amplia: uso solar; automóviles; computadores portátiles; tablets o teléfonos que requieren de baterías livianas, recargables y portátiles.

Por otro lado, también se pueden explorar aplicaciones relacionadas con el rubro de vidrios y cerámicas, entregando propiedades mecánicas, que evitan la fractura del vidrio con el calor, ya que, al incorporar litio presentan una menor expansión térmica y temperatura de fuego. Así, entrega un valor agregado a la fabricación de aires acondicionados, chalecos salvavidas, productos farmacéuticos, fabricación de plásticos y polímeros, o incluso el uso estratégico de uno de sus isótopos en la producción de energía nuclear.

En el camino hacia el desarrollo, la manufactura de la extracción del litio, junto a otras manufacturas, es parte de la gran solución a las exigencias sociales que hoy demanda el país, especialmente en Educación, Salud, Vivienda y Seguridad, por la alta cantidad de recursos que podría obtener el fisco.

No se trata de oponernos a la simple extracción y posterior comercialización. No es así. Se debe promover que haya un paso adicional hacia la manufactura. Muchos advierten que, en tal caso, deberíamos competir con países que cuentan con la tecnología y que implicaría un gasto mayor.

Pero, cuando llegamos a esta parte donde nos preguntamos si tenemos los profesionales y las herramientas para desarrollar este nivel de tecnología, y si la respuesta fuese “no”, entonces ahí es cuando parte la política de Estado: enviemos profesionales a estudiar a esos países. Es una práctica común con buenos resultados en el mediano y largo plazo.

 

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