Por Edmundo Casas, PhD Inteligencia Artificial, MSc, MBA, Ingeniero Civil Electrónico, creador de Casas Lab y fundador de Kauel.

En tiempos donde las prohibiciones parecen ser la respuesta predilecta a los desafíos sociales, me encuentro reflexionando sobre lo que verdaderamente necesitamos para avanzar como sociedad. Y quiero abrir el debate sobre los límites de la libertad en aras del orden y la disciplina de los escolares.

La última vez que estuve en Chile me sorprendió el titular de una noticia que mencionaba el proyecto de ley que busca prohibir el uso de dispositivos tecnológicos como celulares en los colegios. Y más atónito quedé al informarme que hace un par de semanas, la Cámara de Diputados aprobó la normativa, la cual fue remitida al Senado para cumplir su segundo trámite legislativo.

Aunque entiendo la preocupación por las distracciones que estos dispositivos pueden causar, creo firmemente que las prohibiciones no son la solución adecuada. Más bien, debemos enfocarnos en crear ecosistemas saludables de respeto y libertad, donde la colaboración sea la clave.

Las sociedades que se limitan mediante prohibiciones corren el riesgo de sofocar la creatividad y el crecimiento personal. Cuando las reglas se imponen de manera rígida, se ahoga la capacidad de las personas para tomar decisiones autónomas y responsables. En lugar de desarrollar ciudadanos conscientes y respetuosos, corremos el peligro de formar individuos que solo obedecen por miedo a las consecuencias.

En el contexto chileno, esta ley que prohíbe el uso de celulares desde pre-kínder hasta sexto básico es un ejemplo de esta tendencia. Aunque bien intencionada, podría restringir más de lo que beneficia. La iniciativa también establece regulaciones específicas para los niveles de séptimo básico a cuarto medio, donde el uso de celulares será permitido de manera controlada. Sin embargo, lo que realmente necesitamos no es una regulación tan estricta, sino una educación que fomente el respeto y la responsabilidad desde una edad temprana.

El foco debería estar en inculcar una cultura de respeto mutuo, donde cada individuo valore y reconozca la importancia del otro. Este tipo de educación no se logra con normas estrictas y castigos, sino a través del fomento de la empatía, el diálogo y la colaboración. Si desde pequeños aprendemos a respetar el espacio, las ideas y las necesidades de los demás, no será necesario imponer restricciones tan drásticas. La libertad no es el problema; la falta de un marco de respeto lo es.

Es hora de repensar nuestras estrategias y enfocarnos en lo que realmente importa: construir una comunidad sólida basada en el respeto, la libertad y la colaboración. Esa es la base de una sociedad verdaderamente creativa y próspera.

Además, hay que tomar en cuenta que sacar la tecnología de las salas no solucionará los problemas que estos dispositivos pueden traer por defecto. En un mundo globalizado y tecnológico como el actual, el debate legislativo debería ir por la vereda de cómo incorporar estos dispositivos a la sala de clases, en vez de eliminarlas de plano, porque con la creatividad necesaria pueden convertirse en una herramienta tan útil como una regla o una calculadora.

Académicamente el desafío es sumar adecuadamente la tecnología, que por lo demás, las nuevas generaciones manejan al revés y al derecho. Al hacerlo se estará dando un paso fundamental en el desarrollo de esos estudiantes que el día de mañana serán protagonistas del cambio.

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