Carla Capell Directora Escuela de Educación Básica Universidad de Las Américas
Hace algunos años, cuando se acercaba el 24 de junio en el hemisferio sur -Noche de San Juan-, niñas, niños y jóvenes solían compartir en la escuela las “pruebas” que realizarían en esa noche mágica. Relataban historias sobre higueras que florecían una sola vez al año, papas peladas o sin pelar que presagiaban futuros inciertos, o papelitos con el nombre de la persona que les gustaba. Eran relatos que los sumergían en un mundo de creencias y rituales que, más allá de su simpleza, conectaban con lo simbólico, lo misterioso y lo ancestral.
Con el tiempo, muchas de estas personas descubrieron que esa celebración coincidía con el verdadero Año Nuevo de los pueblos originarios: el We Tripantu. Supieron que, esa misma noche, la comunidad mapuche acudía al río para realizar un baño ceremonial, como acto de purificación, dejando atrás el ciclo anterior y recibiendo el nuevo con el cuerpo y el espíritu renovados. También conocieron el Inti Raymi, festejo del pueblo aymara donde se preparan mesas con pétalos de flores, naranjas, maíz y otros elementos que, junto a cantos y danzas, representan una ceremonia de ofrenda, gratitud y renovación espiritual para iniciar el nuevo año.
Y allí está la clave: el solsticio de invierno marca el inicio de un nuevo ciclo en la Tierra. Es el momento en que el sol alcanza su punto más lejano y desde donde comienza su retorno paulatino. La naturaleza entera responde: árboles, plantas y semillas, adormecidos por el frío y la oscuridad, inician lentamente su despertar, en un camino que los conducirá hacia la primavera.
Volver la mirada a estos ciclos, rescatar la magia que contienen y reconocer su valor simbólico es una poderosa forma de reconectar con lo esencial. En una vida cotidiana acelerada y dominada por la hiperconexión, los ritos —como señala el filósofo surcoreano Byung-Chul Han— nos ofrecen estabilidad y sentido. Son actos que marcan las transiciones fundamentales de la existencia, y en este caso, de una vida profundamente entrelazada con los ritmos de la naturaleza.
Celebraciones como el solsticio de invierno nos recuerdan que observar el pulso del planeta no es solo un gesto de conciencia ambiental, sino también una acción pedagógica y espiritual. Detenerse, contemplar y agradecer el regreso del sol puede ayudarnos a construir una sociedad más consciente, sensible y que ofrezca a niñas, niños y jóvenes experiencias reales, cargadas de significado, misterio y esperanza.
Feliz Año Nuevo. Feliz solsticio de invierno. Feliz regreso del sol.