Cecilia Paredes Académica Escuela de Agronomía Universidad de Las Américas
El 21 de marzo de 2012, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el Día Internacional de los Bosques con el propósito de destacar su importancia y generar conciencia sobre su protección. Desde entonces se ha promovido la adopción de iniciativas que resalten su valor en distintos niveles, sin embargo, la realidad muestra que aún queda mucho por hacer para garantizar su conservación.
Los bosques son esenciales para la vida en el planeta, pues enriquecen la biodiversidad, restauran los suelos degradados y desempeñan un papel clave en la mitigación y adaptación al cambio climático. Actúan como sumideros de carbono, regulan las precipitaciones y estabilizan los climas locales, reduciendo la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos. Su importancia también es social y económica, ya que la agrosilvicultura mejora la productividad de los suelos, aumenta los ingresos de los agricultores y contribuye a la seguridad alimentaria. Pese a todo lo mencionado, la falta de valoración real y de políticas poco efectivas, sigue amenazando este recurso vital.
Chile es privilegiado al contar con más de 18 millones de hectáreas de bosques que cubren el 23,8% del territorio nacional, de las cuales 14,73 millones corresponden a bosque nativo, un ecosistema invaluable para la biodiversidad. A pesar de lo anterior, su protección sigue siendo insuficiente. Cada año miles de hectáreas son consumidas por incendios forestales, muchos de ellos provocados intencionalmente, evidenciando la necesidad de fortalecer su conservación. Aunque el país cuenta con una de las legislaciones más avanzadas de Latinoamérica en materia forestal, como la Ley de Recuperación del Bosque Nativo y Fomento Forestal, estas normas resultan insuficientes sin una aplicación eficaz y un cambio cultural profundo. La responsabilidad de proteger los bosques no recae solo en el Estado, sino en toda la sociedad.
Hoy, la invitación es a cerrar los ojos y sumergirse en el bosque. Sentir el crujido de las hojas secas bajo los pies, mientras la brisa tibia transporta el aroma inconfundible de los canelos, laureles y melíes. Visualizar los reflejos marrones y rojizos del otoño en las tranquilas aguas de una laguna. En primavera, dejarse envolver por el estallido de colores de los ulmos, arrayanes y notros, con sus flores perfumando el aire fresco.
Volvamos a maravillarnos con su majestuosidad, equilibrio perfecto e inagotable generosidad. Como bien lo expresó Pablo Neruda: “Quién no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta. De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo”. Sus palabras nos recuerdan que los bosques son un tesoro vivo, una herencia que nos define y nos conecta con nuestra identidad más profunda, una razón de orgullo y una responsabilidad que no podemos ignorar.