Ivonne Maldonado Directora Carrera de Psicología, UDLA, Sede Concepción
Cuando un estudiante ingresa a la universidad, lo hace con una mochila llena de sueños y expectativas que funcionan como un motor impulsor para alcanzar sus objetivos. Tras varios años la gran mayoría logra alcanzar la tan anhelada meta, pero cabe preguntarse a qué costo.
Si bien es conocido que para obtener buenos resultados en cualquier tarea se requiere esfuerzo, perseverancia, planificación y organización del tiempo, muchas veces los alumnos enfrentan obstáculos relacionados con un mal trato por parte de quienes tienen la labor de educar. Aunque esto no es lo más frecuente, ocurre, y por ello, en los relatos de estudiantes universitarios a menudo se encuentran narrativas asociadas al sacrificio y sufrimiento en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
En este contexto, cabe destacar que cada mirada, gesto, tono de voz y contenido de los mensajes transmitidos tiene un impacto en los demás, especialmente en un escenario de aprendizaje.
Es importante asumir los nuevos desafíos en esta área, muchos de ellos vinculados a los avances tecnológicos. Sin embargo, también es crucial educar con amor y comprensión, reconociendo que cada estudiante trae consigo una historia de vida desconocida y que, a menudo, enfrenta la clase con emociones como pena, ira o vergüenza.
Un buen docente, además de contar con las credenciales necesarias, necesita ser consciente de su función de sacar lo mejor de cada alumno. Para ello requiere de empatía, comprensión, compromiso con la formación de futuros profesionales y, sobre todo, amor por lo que hace. De esta manera , puede contribuir significativamente a la formación universitaria.
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