Comienza un nuevo año escolar y, con él, nuevas oportunidades e ideas, fuertes ganas de mejorar y crecer, así como las inquietudes sobre cuál es la mejor estrategia para enfrentar problemáticas sistémicas desde el liderazgo educacional. Sin embargo, a medida que avanza el quehacer docente y directivo, la agenda, el trabajo y las urgencias del día a día, nos alejamos de lo verdaderamente importante: formar estudiantes líderes capaces de construir un mejor futuro.

Tan importante como entender los desafíos es tomar perspectiva y velar porque la educación que hoy estamos entregando sea contextualizada, con participación efectiva y aquella donde niñas, niños y jóvenes se desafíen cognitivamente en espacios seguros, aprendiendo de sus aciertos y errores. Es decir, velar porque en nuestras salas de clases puedan crecer no sólo en notas, sino además como seres humanos con un propósito claro.

¿Qué cambiaría si enfocamos los esfuerzos en la misión de formar estudiantes protagonistas de su aprendizaje? Es un desafío enorme y parto por preguntarme si estamos jugando las cartas con miras hacia el futuro posible o simplemente estamos tratando de ganar una partida. En este sentido, la invitación es que partamos el año escolar priorizando lo importante, que nos demos tiempo para identificar lo que sueñan y necesitan. Entender el contexto, aprender de él y planificar clases que tengan valor de seguro es más demoroso, pero es la apuesta que a largo plazo puede tener mayor impacto.

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