José Pedro Hernández Historiador y académico de Universidad de Las Américas

Un 5 de abril de 1910, el silbato de una locomotora rompió el silencio de la cordillera y anunció algo más que un viaje inaugural, marcó la concreción de un sueño largamente acariciado por ingenieros, diplomáticos y visionarios que, desde el siglo XIX, imaginaron una línea férrea capaz de atravesar la imponente barrera de Los Andes. En este desafío, los hermanos chilenos Juan y Mateo Clark jugaron un papel clave, fueron los principales impulsores del proyecto y lograron acceder a capitales ingleses para hacerlo realidad. Aquel día, el tren trasandino cruzó por primera vez entre Los Andes y Mendoza, uniendo a Chile y Argentina no solo con rieles, sino también con la esperanza de un futuro más integrado.

No fue fácil. La geografía era tozuda. Los cerros se resistían, los inviernos eran implacables y los derrumbes frecuentes. La naturaleza imponía sus reglas, pero la tenacidad humana respondió con túneles, puentes y, sobre todo, paciencia. La obra demoró décadas. Comenzó a gestarse en el siglo XIX y no fue hasta 1910 que el tren pudo realizar su primer trayecto completo. En el camino quedaron muchas dificultades técnicas, numerosas vidas y, también, más de alguna disputa fronteriza. No olvidemos que, en paralelo a su construcción, Chile y Argentina aún estaban definiendo sus límites. El trazado ferroviario, en cierto modo, también dibujaba la geografía política de ambos países.

El Ferrocarril Trasandino fue una proeza de su tiempo. Subía hasta los 3.200 metros sobre el nivel del mar, cruzaba la cordillera por el túnel del Cristo Redentor y conectaba a dos países con una eficiencia inédita para la época. Permitió el intercambio comercial, acortó distancias y dejó una huella imborrable en la historia del transporte en Sudamérica.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la tecnología cambió y las prioridades también. Las dificultades operativas, sumadas a los altos costos de mantención y el auge del transporte carretero, llevaron al cierre definitivo de la ruta. Hoy, los vestigios del tren trasandino yacen entre cerros y estaciones olvidadas, como testigos silenciosos de una gesta que desafió lo imposible.

Recordar aquel primer viaje no es solo un ejercicio de nostalgia. Es también una invitación a valorar la capacidad de soñar en grande, de sumar voluntades más allá de las fronteras y de persistir incluso cuando todo parece cuesta arriba, tanto en sentido literal como simbólico. La historia del Ferrocarril Trasandino nos recuerda que, a veces, los sueños más difíciles son precisamente los que más vale la pena perseguir. Y, por qué no, también nos inspira a imaginar que podrían volver a hacerse realidad.

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