La evidencia científica es abrumadora en torno al cambio climático y sus consecuencias. El riesgo ante desastres naturales es constante y para ello resulta esencial mejorar la capacidad predictiva, el monitoreo técnico y la educación ciudadana. El 13 de octubre es el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres.

 

Por Keyla Alencar Da Silva, académica Departamento de Industria. Fac. de Ingeniería / académica Magíster en Gestión del Riesgo de Desastres y Cambio Climático – UTEM.

 

En un contexto global marcado por el cambio climático, es crucial abordar los desafíos que implican sus consecuencias de manera proactiva y eficiente. La Reducción del Riesgo de Desastres (RRD) es una disciplina de carácter transdisciplinaria que involucra la aplicación de enfoques científicos y técnicos para mitigar el impacto de eventos naturales extremos -como sequías y precipitaciones intensas- en comunidades vulnerables.

El cambio climático, causado en gran medida por la actividad humana, ha alterado significativamente los patrones meteorológicos en todo el mundo. La evidencia científica es innegable: las temperaturas globales aumentan, los fenómenos climáticos son cada vez más extremos y los eventos de sequías y precipitaciones intensas se vuelven más frecuentes y devastadores. Esto plantea un riesgo significativo para la seguridad y la sostenibilidad de las comunidades en todo el mundo.

La comunidad científica ha demostrado de manera concluyente que el cambio climático está exacerbando la frecuencia y la magnitud de eventos climáticos extremos. Las sequías prolongadas afectan a regiones enteras, reduciendo la disponibilidad de agua dulce y amenazando la seguridad alimentaria. En sentido contrario, las precipitaciones intensas provocan –a su vez- inundaciones catastróficas que causan pérdidas humanas y materiales considerables.

Un papel más activo

Para abordar estos desafíos se requiere un enfoque holístico que involucre a gobiernos, organizaciones internacionales, científicos y comunidades locales. En primer lugar, es esencial mejorar la capacidad de predicción y monitoreo de eventos climáticos extremos. Los avances en tecnología satelital, sensores remotos y modelos climáticos avanzados nos brindan herramientas poderosas para prever y rastrear estos eventos con mayor precisión.

Además, la educación pública desempeña un papel crucial en la RRD. Las comunidades deben comprender los riesgos a los que se enfrentan y estar preparadas para tomar medidas de precaución. Las campañas de información sobre el cambio climático y los riesgos asociados ayudan a empoderar a las personas para que tomen decisiones informadas y se preparen adecuadamente.

No obstante, no basta con medidas de adaptación y mitigación a nivel local. La comunidad internacional también debe asumir un papel más activo en la lucha contra el cambio climático y la reducción del riesgo de desastres. Los tratados internacionales como el Acuerdo de París son pasos en la dirección correcta, pero es necesario un compromiso más firme y una acción más decidida.

Es importante destacar que, a pesar de la abrumadora evidencia científica, todavía existen voces negacionistas del cambio climático que socavan los esfuerzos para abordar este problema. Este rechazo es peligroso y contraproducente. Las consecuencias de no tomar medidas significativas son alarmantes.

Escenarios catastróficos y justicia social

Si no actuamos con rapidez y determinación, enfrentaremos un futuro de eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes y devastadores. Hoy ya observamos los impactos que los cambios climáticos pueden generar en comunidades vulnerables.

Según la Organización Meteorológica Mundial, Haití –por ejemplo- todavía se recupera del huracán Matthew, ciclón tropical de categoría 5 que tocó tierra el 4 de octubre de 2016. Matthew causó más de 500 víctimas mortales y costó al país casi un tercio de su producto interior bruto (PIB). Si ya el 60% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, el impacto humano y ambiental es devastador.

La estimación de los daños ocasionados por eventos naturales revela que, por ejemplo, sólo en los años 2014 y 2015 las amenazas socio-naturales en Chile conllevan pérdidas económicas de casi el 2,5% del presupuesto destinado a educación o cerca del 5% del presupuesto asignado a salud.

Luego de los terremotos, son los eventos hidrológicos los que ejercen el mayor impacto en términos económicos y en la pérdida de vidas humanas, especialmente en zonas urbanas caracterizadas por condiciones geoclimáticas que propician inundaciones fluviales, aluviones y deslizamientos de tierra.

En estos escenarios catastróficos, debemos reconocer que las comunidades más vulnerables son las que sufrirán de manera desproporcionada los impactos del cambio climático y los desastres naturales. La justicia social debe estar en el centro de nuestras estrategias de RRD. Esto implica garantizar que las comunidades marginadas tengan acceso a recursos y apoyo para adaptarse y recuperarse de los desastres.

La ciencia y la tecnología brindan herramientas poderosas para la predicción y la mitigación de desastres, pero también es necesario un compromiso global y una acción decidida a nivel local. Las consecuencias de no actuar son demasiado graves

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