Jorge Ríos, académico de la Facultad de Educación UDLA
Entender por qué debemos recordar y valorar a nuestros pueblos originarios implica un ejercicio racional y consciente de la construcción de nuestra realidad mestiza y el resultado del sincretismo sociocultural nacional. En principio, no es fácil admirar ni menos lograr un sentido de pertenencia con comunidades arcaicas que nos parecen lejanas y hasta diferentes en sus formas de vivir y pensar. Y justamente, he ahí el desafío; qué y cómo integramos en nuestras vidas el legado cultural de estas agrupaciones ancestrales, entendiendo el contexto de una sociedad globalizada y alejada de la memoria histórica local, y con ello, de nuestra propia identidad criolla. En la actualidad, la Ley N° 21.357 declara feriado el día del solsticio de invierno de cada año, para conmemorar el día nacional de los pueblos indígenas.
El solsticio de invierno en el hemisferio sur se produce, por lo general, entre los días 20 o 21 de junio de cada año, en el cual nos encontramos con la noche más larga y el día con menos luz solar. Considerando a los diez pueblos originarios de nuestro país, las celebraciones más importantes y con mayor convocatoria corresponden a las comunidades de los pueblos mapuche y aymara.
En el caso de los mapuches, el We Txipantü (“nueva salida del sol” o conocida popularmente como “año nuevo mapuche”) se celebra cada 24 de junio, desarrollándose ceremonias de transformación positiva de escenarios de la naturaleza para el comienzo de un nuevo ciclo productivo. Por otra parte, el pueblo aymara celebra el Machac Mara o “retorno del sol”, el cual se festeja cada 21 de junio y simboliza el regreso del sol y un nuevo ciclo en la agricultura. Igualmente, existen diversos ritos para celebrar la llegada de un nuevo ciclo, el cual considera compartir distintos tipos de alimentos durante una vigilia, junto con la imposición de las palmas de las manos hacia el cielo al amanecer, con el fin de sentir los primeros rayos del sol.
De alguna manera, internamos el legado de nuestros pueblos originarios en la medida que cuidamos y respetamos el valor de la naturaleza, junto con producir de manera responsable los frutos de la tierra, con sus usos, costumbres y tradiciones.
Hoy la sociedad chilena está sujeta día a día a cambios culturales producto de la evolución tecnológica, mientras que nuestros pueblos indígenas continuarán con su mejor herencia; la conservación del ecosistema de nuestra tierra, representado en un amor patrimonial sin límites y que sin duda jamás desaparecerá.
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