Paulina Pizarro, Académica Escuela de Educación Parvularia, Universidad de Las Américas
El debate actual ya no recae en si los niños deben o no usar pantallas, sino más bien cómo y con quién se utiliza. En el congreso internacional The European Association for Research on Learning and Instruction – EARLI – realizado en la Universidad de Graz, Austria, uno de los temas analizados fue el uso de tecnología en la educación infantil. Investigaciones recientes han demostrado cómo algunas aplicaciones y programas pueden, por ejemplo, ampliar el vocabulario y diagnosticar funciones ejecutivas o dislexia, permitiendo que la pantalla se transforme en una herramienta de aprendizaje cuando es utilizada de manera adecuada.
Asimismo, la discusión ya no está en la tecnología en sí misma, sino en cómo y con quién es utilizada en niños preescolares. Sin duda su uso desmedido y sin orientación tiene efectos nocivos para la atención, el lenguaje y la salud emocional, sin embargo, cuando existe un adulto que es capaz de mediar y utilizarla como una herramienta pedagógica, con objetivos y un plan específico, abre infinitas posibilidades de aprendizaje. La tecnología no es una enemiga del desarrollo infantil, sino un recurso más dentro de una práctica pedagógica intencionada y reflexiva.
No es elegir entre el texto escrito y la app de moda, sino identificar las necesidades de aprendizaje de los estudiantes. Por ejemplo, para los niños con déficit visual, un podcast de cuentos puede ampliar su visión de mundo.
Para un uso seguro y pedagógicamente pensado, es necesario considerar que exista un adulto como mediador consciente (la educadora o familia) y que debe orientar la experiencia, monitorear con preguntas y acompañar para conectar lo digital con lo cotidiano. Es importante tener presente que no una app por llamarse “educativa”, realmente lo es. Expertos de la educación son los responsables de evaluar la pertinencia pedagógica, el nivel de desafío intelectual y la colaboración de la tecnología para promover el pensamiento crítico.
También es fundamental considerar que en ningún caso la tecnología reemplaza a la interacción humana, ni la naturaleza, ni el juego en todas sus dimensiones. La cantidad, que implica la regulación del tiempo de uso, es parte imprescindible de la presencia del adulto como mediador consciente.
La tecnología en una aliada poderosa si sabemos (¡y aprendemos!) a otorgarle un espacio pedagógico y humano. Más que prohibir, nuestro trabajo es monitorear y enseñar a utilizarla con criterios pedagógicos y sentido educativo. El gran desafío que enfrentamos es formar a profesionales que puedan considerar lo digital a través de pensamiento crítico y creativo.