Claudia González, académica Carrera de Pedagogía en Educación Diferencial UDLA Sede Viña del Mar
Al iniciar el año, cada persona enfrenta nuevos desafíos, tareas y objetivos particulares por cumplir. Sin embargo, en 2025 hay un compromiso común al que estamos llamados: la educación inclusiva de niños, jóvenes y adultos. Para alcanzar metas, la planificación es fundamental, y este desafío no es la excepción. ¿Cómo hacerlo? Busquemos opciones, establezcamos prioridades, determinemos recursos y encontremos los mejores momentos para intervenir.
La programación para un año de aprendizajes inclusivo no sólo implica acciones concretas dentro de los establecimientos, sino también un cambio de mirada hacia la educación como un derecho que debe garantizarse para todos. Esto significa promover una cultura de altas expectativas, donde cada estudiante sea reconocido por sus capacidades y no por sus limitaciones. Además, supone un trabajo colaborativo entre docentes, familias y comunidades, donde el diálogo y la construcción conjunta de estrategias permitan generar entornos de aprendizaje accesibles y equitativos.
Optar por la inclusión de manera responsable y comprometida requiere una planificación basada en tres dimensiones claves. La primera es la presencia, apoyando a familias o personas del entorno a encontrar colegios, escuelas e instituciones de educación superior donde niños, jóvenes y adultos se sientan seguros y acogidos. La segunda es la participación; debemos ser agentes que fomenten relaciones positivas basadas en emociones y afectos, promoviendo la participación de los estudiantes en los diversos contextos educativos. Es fundamental que sean parte de la toma de decisiones, valorando sus opiniones y reforzando su identidad a través del reconocimiento colectivo. Finalmente, la tercera dimensión es el aprendizaje. Es esencial preocuparnos de manera consciente por el buen desempeño académico y escolar, brindando oportunidades, opciones y estrategias diversas según necesidades. Dentro de los desafíos para este año, debemos estar dispuestos a modificar y diversificar recursos y estrategias para asegurar que todos aprendan, sin importar diferencias.
De esta manera, contribuiremos al principio rector que refleja la universalidad de la Agenda 2030 que es «no dejar a nadie atrás». Un llamado que nos interpela a todos desde nuestros distintos roles.