La investigación liderada por los académicos María Mercedes Yeomans (UDLA) y Jonathan Martínez (UNAB), reveló serios impactos en depresión, estrés y ansiedad. Los resultados evidenciaron que las mujeres son más susceptibles a los trastornos, mientras que las prácticas religiosas suponen un factor protector.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que uno de cada siete niños, niñas y adolescentes, de entre 10 y 19 años, padece de algún trastorno mental, una situación que tiene enormes repercusiones en su edad actual y futura: el suicidio es la tercera causa de muerte en este segmento y, de no tratarse, las consecuencias en la adultez perjudican su bienestar físico y mental, así como limitar sus posibilidades de una vida plena.
Los investigadores María Mercedes Yeomans, de la Universidad de Las Américas, y Jonathan Martínez, de la Universidad Andrés Bello, publicaron en la revista científica internacional Frontiers in Education, un hallazgo que reveló el panorama en salud mental de las y los escolares en nuestro país. La realidad, al menos en Chile, es bastante más dramática que el escenario descrito globalmente por la OMS.
Sus resultados mostraron que un 60,2% de los entrevistados (de una muestra de 1.174 individuos) presentó síntomas de depresión, un 63,3% de ansiedad y el 50,2% de estrés. Algunas de las causas que incidieron en una mayor prevalencia de estas manifestaciones fueron el género (las mujeres son más susceptibles a desarrollar cuadros más agudos), el acceso a dispositivos móviles, la existencia de problemas para dormir y bajos niveles de autoestima.
Entre los factores protectores, un hallazgo que sorprendió a los investigadores fue la relación entre las creencias religiosas y el bienestar de los individuos. Eventualmente, la adherencia a un credo podría entregar a los niños, niñas y adolescentes un entorno social seguro y un sentido de propósito mayor al de sus pares que no profesan ninguna religión: ateos o agnósticos (cuyo número ha aumentado significativamente en los últimos 30 años).
“Son resultados sorprendentes –señala Yeomans–, teníamos un mal pronóstico de acuerdo con lo que se aprecia en escenarios reales, pero esto es mucho más fuerte de lo que estimamos. Estamos hablando de que más de la mitad de los niños está con depresión, la mitad con estrés y más del 60% con ansiedad, lo que significa que hay más adolescentes con problemas de salud mental que aquellos que están totalmente sanos”, dijo Yeomans.
Depresión en enseñanza media
Se trata de una línea de investigación que ambos académicos han explorado desde la pandemia en distintos niveles educacionales: desde universitarios a escolares. En total, este estudio recopiló respuestas de 1.500 alumnos, pero, de ellos, solo 1.174 entregaron, a través de su firma, el asentimiento para participar de los análisis. La edad de los sujetos de la muestra fluctuó entre los 10 y los 18 años (alrededor de quinto básico hasta cuarto medio).
Los responsables del estudio subrayan que hay factores críticos que son transversales a las condiciones evaluadas. Uno de ellos es el ser mujer: la probabilidad de sufrir algunos de los tres trastornos es mayor respecto de los hombres. Lo mismo ocurre con tener un celular: según datos del Ministerio de Educación, un 89% de los alumnos del país cuenta con un dispositivo con conexión a internet y la edad promedio a la que lo obtienen es de 8,9 años.
Los sujetos con pensamientos intrusivos (ideas o imágenes que aparecen de forma involuntaria), problemas para dormir y baja autoestima también evidenciaron peores indicadores. En otras palabras, si una estudiante mujer tiene baja autoestima y pensamientos repetitivos, y además utiliza un celular, es altamente probable que tenga depresión, ansiedad o estrés. También podrían verse más expuestos los adolescentes con padres separados.
“La depresión se está dando de forma más frecuente en la enseñanza media, es decir, sobre los 14 años. Para la ansiedad, la edad promedio es a los 12 años, es decir, séptimo básico. En este último caso encontramos un hallazgo sorprendente: los niños que se declararon ateos son más propensos a sufrir ansiedad. Respecto del estrés, se suman elementos como el uso extensivo de redes sociales. Con esto, podemos sacar un perfil de aquellos estudiantes a los que debemos poner más atención”, señaló la académica de la UDLA.
La religión como un factor protector
Los investigadores consideran que los insumos de este trabajo permiten delinear aspectos de políticas públicas en educación (como, por ejemplo, sopesar la decisión de disminuir el máximo de alumnos por curso), pero también establecer reflexiones a nivel de las propias familias. Es crucial dedicar esfuerzos a lograr descansos nocturnos más reparadores y hacerse cargo de que el uso masivo de pantallas tiene impactos.
La responsabilidad es completamente de los padres, afirma Mercedes Yeomans, tomando en cuenta que son los adultos quienes tenemos el poder adquisitivo y tomamos las decisiones, por ejemplo, de comprar un celular y entregárselo a un menor.
De acuerdo con uno de los indicadores más particulares del estudio -la religión como un factor protector–, la investigadora de la Universidad de Las Américas señala que esta práctica puede influir debido a que abre espacios de socialización con el entorno: las familias asisten a reuniones, se relacionan con otras personas o se reflexiona en actividades grupales
“Nos encontramos con que las personas que tienen creencias en un ser superior normalmente también encuentran un propósito a los problemas. Nos encontramos con comentarios asociados a la fe y a la creencia de un propósito mayor en los desafíos, y que existe un dios que protege. Y que con el paso del tiempo voy a ver con claridad la situación que estoy viviendo, y siempre tendré a alguien a quién acudir. Esto, probablemente, ayuda al escolar a sentir una mayor protección, entre otras posibles explicaciones”, sugiere Yeomans.