Los beneficios de la música en la vida humana son incuestionables. Todos la disfrutamos en nuestro día a día de distintas maneras, nos acompaña mientras trabajamos o estudiamos, cuando vamos de camino a algún lugar, en fiestas o en reuniones con el fin de amenizar. Incluso, es parte trascendental de los rituales: bodas, cumpleaños, aniversarios y funerales. Claramente no es algo azaroso, porque desde que estamos en el vientre escuchamos a nuestra progenitora, sus latidos, el sonido de los órganos y su voz. Desde que llegamos al mundo nos introducen la música, el canto que nos arrulla, el ritual inicial.

En un nuevo Día del Alumno, es fundamental destacar cómo la educación musical se nos presenta como una oportunidad fantástica para desarrollar distintas habilidades, las que sirven como herramientas para desenvolvernos en el mundo adulto. También, contribuye enormemente al desarrollo de habilidades cognitivas, sociales y emocionales. 

Existen estudios científicos que comprueban, con abundante evidencia, que cuando la lectura musical, el canto, la interpretación y el baile están presentes durante la infancia, el cerebro es estimulado a tal nivel que su impacto en el desarrollo se extiende hacia las competencias matemáticas, lingüísticas, motoras, sociales y emocionales, entre otras áreas. Algunos ejemplos son los trabajos de Don G. Campbell (2001), que demuestra que los sistemas cerebrales ejercitados con la música son los mismos de la percepción, la memoria y el lenguaje; o de Edgar Llanga y Juan Pablo Insuasti (2019) que explican que el cerebro humano se muestra más estimulado cuando escucha y hace música, y que el de un músico es más desarrollado que el de una persona común y corriente. 

Hemos podido observar los abundantes beneficios de la música en nuestros estudiantes en la sala de clase. Al ser inherentemente lúdica, abre un espacio al juego y al movimiento, elementos esenciales en el desarrollo social y en las capacidades de aprendizaje de los niños. Por otro lado, al trabajar con instrumentos musicales, mejoran la motricidad fina; mientras que, con el baile y la percusión de ritmos con manos y pies, mejoran la motricidad gruesa. 

Los estudiantes que participan en espacios de sinergia musical de grupo, en los que se logra sentir una profunda emoción de bienestar, aprenden que es posible estabilizar sus emociones por medio de la música, y, por tanto, desarrollan la importante habilidad de la autorregulación emocional. Asimismo, cuando se trabaja la música de manera grupal, son indispensables las habilidades del respeto y la disciplina, ya que solo es posible hacer música si cada uno escucha a los demás, sigue las instrucciones y no interrumpe el proceso musical, resultante de las participaciones de quienes integran el grupo. 

El proceso de aprendizaje musical permite que los estudiantes desarrollen la perseverancia y que puedan mejorar su autoestima, ya que se ven capaces de lograr un resultado estético.

Queda claro que la música no solo es una forma de expresión artística, sino también una herramienta invaluable en el desarrollo de los niños. Su influencia positiva abarca múltiples aspectos del crecimiento infantil. Por lo tanto, es imperativo que tenga un lugar destacado en el proceso formativo de los niños, no solo como una actividad extracurricular, sino como parte integral de su educación. Al hacerlo, no solo estamos enriqueciendo sus vidas con sonidos y melodías, sino también sentando las bases para un mejor futuro.

Sebastián León, músico, académico de Pedagogía en Música Universidad Andrés Bello

Sabina Cárdenas, profesora, cantante y exalumna Pedagogía en Música Universidad Andrés Bello

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