Por Cristian Martinez-Villalobos, académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador titular del Data Observatory
En una decisión tomada en una conferencia de las Naciones Unidas, desde 1972 es que el 26 de enero celebramos el Día Mundial de la Educación Ambiental. Como profesor universitario e investigador especializado en cambio climático, siempre me preguntan por qué el público debiera saber sobre el cambio climático y medioambiente en general. ¿No pueden simplemente los políticos y científicos ponerse de acuerdo? Aquí les dejo mis razones de por qué la educación ambiental, enfocada en todos los niveles educativos y distintos estamentos de la comunidad y el Estado, es esencial para el continuo desarrollo sustentable de la sociedad.
Si bien vivimos en un mundo dominado por la propiedad privada y por la maximización del bienestar del individuo o grupo cercano, toda actividad socioeconómica se desarrolla en un “background” común. Desde el punto de vista local, por ejemplo, cada uno vive en un barrio y tiene vecinos, y es necesario que existan normas de convivencia básicas que todos (o la mayoría) sigan para que ésta funcione. Del punto de vista global, el planeta es uno solo y todos lo compartimos. Lo que uno haga necesariamente afecta al otro. Desde el punto de vista productivo, cualquier actividad económica puede generar lo que los economistas llaman “externalidades negativas”. Esto se refiere a efectos secundarios propios de la actividad económica, cuyos costos paga la sociedad en conjunto. Un ejemplo, sería el smog generado por distintas actividades industriales en Santiago. Una buena educación ambiental es indispensable para dar a entender que las externalidades negativas abundan (especialmente sobre el medioambiente), y que estos costos tienen que tomarse en cuenta en las decisiones que como sociedad tomemos.
El ejemplo más importante de externalidad negativa que tenemos es el cambio climático. La actividad económica industrial ha mejorado nuestra calidad de vida a niveles sin precedentes en la historia humana. Sin embargo, esto viene acompañado de un aumento, también sin precedentes por lo rápido, de la cantidad de gases invernadero en la atmósfera producto de estas actividades. Este aumento ha generado y seguirá generando por lo menos en el futuro cercano, un aumento en la temperatura del planeta con grandes consecuencias en términos de olas de calor, cambios en la distribución de especies, un aumento global en episodios de precipitación extrema, y un largo etcétera. Muchos de los problemas ambientales que enfrentamos son problemas a largo plazo y sus soluciones también lo son. Gobiernos duran 4 años, pero los problemas no. Es necesaria una visión común de la sociedad que trascienda el ciclo gobierno/elecciones sobre estos problemas. La educación ambiental es más que nunca necesaria, ya que fomenta una mirada a largo plazo. Este enfoque se empieza a fomentar en la educación básica, pero se pierde cuando avanzan los años. Es fundamental mantener este ímpetu en la educación superior, con una educación ambiental firmemente establecida en datos, sobre todo ya que muchos de los egresados van a ser los tomadores de decisiones del futuro.
Tener una buena educación ambiental es un requisito necesario para generar “consciencia ambiental”. Si bien la gran mayoría de nosotros no somos tomadores de decisiones a nivel nacional, sí podemos hacer cambios de hábitos domésticos para reducir nuestra huella de carbono y nuestras actividades contaminantes. Aunque a nivel global esto puede ser insignificante, lo importante es generar una masa crítica y mostrar que como consumidores valoramos productos que consideren el cuidado medioambiental. Esto puede ser un catalizador para la innovación. Si hay suficientes consumidores interesados en productos con baja huella de carbono, el mercado eventualmente proveerá productos con baja huella de carbono. Comencemos hoy con este cambio individual para impactar a futuro en lo global.
Equipo Prensa
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