Julio Romero Figueroa, Director del Departamento de Ingeniería Química USACH

Hoy en día, los desafíos ambientales golpean más que nunca las conciencias sobre la sustentabilidad de nuestra sociedad y, como nunca antes en la historia humana, estamos enfrentando problemáticas que ponen en entredicho las interacciones del ser humano con su entorno.

El deterioro ambiental, dado por una economía de consumo que se enfrenta a demandas productivas crecientes y recursos naturales cada vez más escasos, requiere de un cambio de paradigma en la forma de satisfacer nuestras necesidades básicas y producir valor, moderando la generación de entropía. Aspecto que, desde los albores de la revolución industrial hasta hace unas décadas, no era considerado como un problema relevante que requiriese de preocupación inmediata.

Para lograr una coexistencia armoniosa entre las oportunidades del sector productivo y la protección del medioambiente, se requiere una política clara a nivel país, la cual considere conceptos fundamentales de sustentabilidad, los que deben ser transversales a todos los actores de la sociedad. Estos conceptos están hoy claramente definidos, y urge incorporarlos en la agenda del Estado, así como hacerlos llegar de manera formal y operativa al sector productivo.

En este contexto, la Química Verde o química sostenible corresponde a un enfoque de la química aceptado por la comunidad científica que implica una reducción y un uso racional de productos y procesos químicos. Esta filosofía, cuyo planteamiento se atribuye a Paul Anastas en 1991, considera un conocimiento acabado del origen, procesos e impactos asociados a un producto, desde su concepción molecular hasta el destino final que éste tenga, y se puede establecer a través del planteamiento de 12 principios fundamentales, los cuales pueden ser comprensibles y fácilmente asimilables por parte la industria. Asimismo, a nivel productivo, un segundo concepto a considerar es el de Economía Circular, estrategia propuesta en la literatura desde 1980 para describir las interacciones entre economía y medio ambiente como un sistema cerrado, donde se pretenda reducir la entrada de materias primas, así como la producción de desechos que no pueden ser reutilizados. Alemania y Japón, han sido pioneros en introducir esta filosofía en sus economías y los han seguido de cerca economías como China. Así, la industria chilena podría aprovechar la oportunidad de incrementar los niveles de inversión, desarrollando productos de mayor valor agregado o incrementado el valor de productos emblemáticos, considerando las filosofías y estrategias de sustentabilidad que, lejos de ser una tendencia o una moda pasajera, representan una vía ineludible para asegurar el progreso económico y social de nuestro país, lográndolo a través de un modelo de trabajo colaborativo, donde el sector público y privado deben concertar su mayor disposición.

A nivel nacional, este desafío tiene dos caras, por un lado, introducirlos en los sectores más potentes de la industria chilena, que generan grandes volúmenes de producto de valor limitado con tecnología tradicional, y por otro, pequeños y medianos emprendimientos que pudiesen tener mayor capacidad de absorber nuevas tecnologías y desarrollarse asimilando las nuevas estrategias de sustentabilidad.

Particularmente, la Universidad de Santiago de Chile contribuye con investigaciones pertinentes sobre nuevos tipos y formas de producir biocombustibles y fuentes de energías renovables no convencionales, nuevos materiales funcionales biodegradables para su uso en envases y aplicaciones biomédicas, procesos industriales que utilicen menos solventes o solventes alternativos, así como modificaciones de diseño para disminuir los requerimientos energéticos y los costos de inversión en procesos mineros y de la industria agroalimentaria, entre muchas otras innovaciones.

Servir de puente entre los fundamentos científico-técnicos y la realidad industrial, acercando las nuevas tendencias de la Química Verde y la Economía Circular a innovaciones del sector productivo, es el rol fundamental que debiese asumir hoy el Gobierno, haciendo confluir las capacidades de actores tan relevantes como las universidades públicas, los centros de investigación, las grandes empresas y los pequeños y medianos emprendedores.

 

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