Un artículo publicado en la revista Ecology and Society revela cómo el muralismo colaborativo, el mapeo participativo, junto a herramientas creativas y participativas aportan nuevas miradas a la investigación científica en las costas del sur de Chile. El trabajo, liderado por investigadores del Instituto Milenio SECOS, proponen los cruces de artes+ciencia como una vía poderosa para investigar y visibilizar la justicia en zonas costeras.
En la localidad costera de Tubul, en pleno Golfo de Arauco y con el Santuario de La Naturaleza Humedal Tubul-Raqui a sus espaldas, la escuela Brisas del Mar guarda un mural que no es sólo una obra de arte: es un archivo vivo de memorias, una radiografía del territorio y una herramienta de investigación. Su creación forma parte de “Tiempos de Muralismo”, iniciativa del Instituto Milenio en Socio-ecología Costera (SECOS) apoyada por el programa Milenio de ANID que, desde 2018, ha reunido a científicos, artistas y comunidades en torno a un objetivo común: visibilizar el patrimonio socioambiental, la historia, las desigualdades y desafíos que enfrentan las zonas costeras.
El proyecto considera el enfoque de la “justicia azul”, un concepto que busca integrar la equidad social y ecológica en los territorios marinos y costeros. En el caso del Golfo de Arauco, las comunidades viven las consecuencias del avance del modelo forestal –con monocultivos de pino y eucalipto que han reducido la disponibilidad de agua y aumentado el riesgo de incendios– y del impacto del terremoto y tsunami de 2010, que alteraron profundamente los ecosistemas y los medios de vida tradicionales.
Estas experiencias de pérdida y transformación, lejos de ser olvidadas, han sido el motor de un proceso de investigación transdisciplinaria del Instituto SECOS, con colaboración del Observatorio de la Costa UC, CIGIDEN y actores y organizaciones locales que buscó, desde su diseño, desafiar las formas convencionales de producción de conocimiento, cuyos resultados fueron publicados recientemente en la revista Ecology and Society. Frente a un escenario de alta complejidad socioambiental, el equipo del SECOS integró cuatro enfoques metodológicos interrelacionados: construcción de confianza («rapport»), entrevistas semiestructuradas, mapeos participativos y muralismo co-creativo.
El investigador del SECOS Steven Mons y quien fue parte del estudio, subraya la singularidad de esta integración metodológica: “Son métodos que claramente se han aplicado en otras investigaciones, pero siempre de forma separada. Elegimos esta fusión porque nos permitió incluir una gran variedad de sistemas de conocimiento y experiencias territoriales en nuestro estudio, ayudando a comprender mejor los vínculos socioecológicos en el sur del Golfo de Arauco a través de la transdisciplina. Empoderar a las comunidades costeras a través de métodos participativos es clave para la coproducción de conocimiento territorialmente relevante”.
Los talleres de mapeo participativo realizados en distintos momentos en la zona, congregaron a actores diversos: líderes comunitarios, pescadores artesanales, mujeres recolectoras y representantes de pueblos originarios. Sobre imágenes satelitales impresas, los participantes trazaron sus experiencias: zonas afectadas por la sequía, sitios de contaminación, lugares sagrados, ecosistemas en riesgo. Los mapas resultantes no solo generaron información espacial valiosa, sino que permitieron visualizar patrones de injusticia y crear un lenguaje común entre actores con trayectorias y saberes distintos.
Dos heridas abiertas: monocultivos y desastre sísmico
En el Golfo de Arauco, la transformación del paisaje costero por el modelo forestal emergió como una de las principales injusticias socioecológicas mencionadas. La expansión de monocultivos de pino y eucalipto ha alterado el acceso al agua, secando esteros y afectando el suministro potable en zonas como Punta Lavapié. Además, en la zona se asocian con un mayor riesgo de incendios y contaminación, generando una percepción de amenaza constante. A pesar de esto, las comunidades han resistido protegiendo legalmente humedales y fiscalizando actividades industriales, defendiendo el valor ecológico e identitario de su territorio.
El segundo gran eje de injusticia se vincula a los efectos del terremoto y tsunami de 2010, que modificaron la ecología y la comunidad costera. El levantamiento tectónico drenó partes clave del humedal Tubul-Raqui, perdiendo el cultivo de pelillo, sustento económico comunitario para cientos de familias y especialmente para las mujeres. Esta pérdida trascendió lo material, afectando una práctica colectiva con profundas raíces sociales y de apoyo mutuo. Los relatos compartidos y reflejados en los murales, evidencian una memoria social marcada por la catástrofe y una valoración nostálgica de la vida anterior.
Para la artista e investigadora del SECOS, Fernanda Oyarzún, el proceso de pintado del mural en sí mismo abrió un espacio único para la narración: “Ese contar que surge de la calma de tener tiempo y ser escuchados tiene una cualidad y profundidad muy distintas al mapeo y las entrevistas. Cuando uno pinta, las personas se instalan al lado, compartiendo saberes y memorias en un ambiente relajado, donde las conversaciones se materializan en el mural, con los participantes señalando detalles y corrigiendo elementos”.
Alonso Salazar, artista y colaborador del proyecto, ilumina la naturaleza dinámica del proceso creativo: “Como artistas, partimos de un diseño básico que creció con las interacciones. Relatos sobre el tsunami, compartidos en un ambiente de camaradería, transformaron elementos visuales iniciales en representaciones profundas de su resiliencia. Es difícil describir cómo un grupo tan diverso construye una obra con un alma común, donde cada pincelada y cada historia compartida se sienten propias”, reflexiona.
Así, en este contexto la «justicia azul» se revela como un concepto que trasciende la mera equidad social y ecológica en los sistemas costeros, implicando la validación profunda de las experiencias, emociones y saberes de las comunidades como un pilar fundamental. Oyarzún explica que “las artes tienen el potencial de crear espacio a todo esto: a las emociones, memorias, a todo ese trauma, pero también riqueza en saberes que es conocimiento incorporado. Las prácticas artísticas pueden nutrir espacios que ayudan a resignificar, honrar, contener, hacer preguntas, generar diálogo… es un puente, una invitación, una puerta que permite empezar a pensar en el desarrollo sustentable como un espacio integrado y enraizado en la experiencia humana. Y eso es lo que necesitamos para generar verdaderos cambios».