Leonor Cerda Directora de Escuela de Educación Parvularia Universidad de Las Américas
La efectividad en la calidad de la educación infantil es un aspecto fundamental en el desarrollo integral de niños y niñas desde sus primeros años de vida. Dentro de esta perspectiva, la familia y la comunidad juegan un rol esencial e influyen significativamente en las oportunidades de aprendizaje y bienestar de los infantes. Lo anterior reafirma que la educación inicial no se desarrolla únicamente en los espacios pedagógicos, sino que se nutre de la participación activa de la sociedad como agentes primarios.
Es importante establecer vínculos sólidos y positivos entre el equipo educativo y las familias, reconociéndolas como las primeras educadoras de niños y niñas. Para ello, se deben definir e implementar estrategias que promuevan la comunicación y la participación, asegurando una colaboración mutua en beneficio del desarrollo infantil. La relación con el entorno cercano de los infantes se fundamenta en el respeto por la diversidad, entendiendo que cada hogar posee saberes y experiencias que enriquecen los procesos de enseñanza y aprendizaje. Asimismo, los vínculos con la comunidad y sus redes de apoyo resultan primordiales en esta etapa del desarrollo, desde un enfoque intersectorial, se busca la articulación con diversas instituciones y organizaciones, especialmente aquellas del ámbito de la salud y la protección infantil. Estas alianzas permiten garantizar trayectorias educativas y de desarrollo integrales y sostenibles, respondiendo a las necesidades, protección y derechos de los párvulos.
Otro aspecto para considerar es la calidad de las interacciones pedagógicas, que juegan un papel determinante en la construcción de conocimientos significativos. Estas deben ser frecuentes, tanto individuales como grupales, para generar un ambiente de confianza en el que niños y niñas puedan explorar, compartir ideas y enfrentar nuevos desafíos de aprendizaje. Una identidad de aprendiz positiva, que valore el gozo por aprender, se fomenta a través de prácticas formativas que incentiven la participación, el sentido de pertenencia y la construcción de una comunidad educativa feliz.
Los ambientes propicios para el aprendizaje son otro pilar fundamental en la educación de calidad. Estos comprenden aquellas prácticas que el equipo académico organiza e implementa, considerando la relevancia del juego como un eje central en el desarrollo de los infantes. La planificación de experiencias donde el entorno esté intencionadamente enriquecido permite que cada párvulo explore, experimente y descubra, fortaleciendo así su autonomía y curiosidad innata.