Francisco Pérez, Académico Escuela de Pedagogía en Educación Diferencial, Universidad de Las Américas
En los últimos años, los llamados “tickets de salida” se han instalado como una estrategia
frecuente en las aulas chilenas. Utilizados habitualmente como una forma rápida de verificar la comprensión de los contenidos abordados en clase, su intención pedagógica original es potente: permitir tanto al docente como al estudiante identificar logros y aspectos a fortalecer antes de concluir la jornada. Sin embargo, no siempre su implementación responde a una planificación consciente ni a una finalidad formativa real.
En muchos casos, los tickets de salida terminan reducidos a preguntas genéricas, poco conectadas con los objetivos de aprendizaje o carentes de profundidad. Frases como “¿qué aprendiste hoy?” o “¿qué fue lo que más te gustó de la clase?” abundan, pero no necesariamente permiten evidenciar aprendizajes concretos ni tomar decisiones pedagógicas fundamentadas. Esta superficialidad no solo desperdicia una herramienta valiosa, sino que también impide reconocer las distintas trayectorias de aprendizaje que coexisten en un aula diversa.
La planificación cuidadosa es clave para que cumpla su propósito evaluativo y formativo. Un buen cierre de clases no es un mero trámite administrativo, es parte integral del proceso de enseñanza. Cuando se diseña con criterios claros, alineado con los objetivos establecidos, estrategias de enseñanza, evaluación de proceso y formulado con preguntas que promuevan el pensamiento reflexivo, esta herramienta se convierte en una oportunidad para consolidar aprendizajes, identificar dificultades y ajustar estrategias de enseñanza.
En aulas donde existen estudiantes con necesidades educativas especiales, esta metodología cobra aún mayor relevancia. El ticket de salida permite personalizar la evaluación del aprendizaje desde un enfoque inclusivo, ofreciendo formatos diversos (visuales, escritos, orales, pictográficos) y adaptando las consignas según los niveles de acceso al contenido. Así, no solo se respeta el derecho a aprender, sino también a demostrar lo aprendido en condiciones justas y significativas.
Además, su uso debe pensarse desde una lógica bidireccional: no solo el profesor recoge información, sino que el estudiante también toma conciencia de lo que ha logrado y de sus avances. Este componente metacognitivo fortalece la autonomía y el sentido del aprendizaje. Cuando los cierres de clase se planifican con profundidad y coherencia, no solo ponen fin a una sesión: abren caminos para seguir aprendiendo.
El ticket de salida no debe ser una formalidad al final de la hora de clases. Bien diseñado, es una herramienta poderosa para evaluar, retroalimentar y reflexionar. Porque en la enseñanza cada momento cuenta, y el último minuto también puede ser un espacio valioso para aprender.