- La matemática despierta en muchos estudiantes una mezcla de emociones: desde asombro hasta ansiedad. Esta carga incide directamente en su experiencia de aprendizaje. Al ingresar a la educación superior, no es raro que los alumnos lleguen con ideas preconcebidas: ven esta materia como un conjunto de reglas rígidas, más que como un campo abierto a la exploración.
Esta visión puede generar un círculo vicioso, donde el temor y la baja autoconfianza disminuyen su participación y rendimiento. Investigaciones recientes han demostrado que estas actitudes están fuertemente moldeadas por creencias previas y experiencias escolares, especialmente durante el paso del colegio a la universidad. En este nuevo contexto, enfrentan desafíos más abstractos como demostraciones formales y razonamientos deductivos, lo que suele agudizar la sensación de inseguridad, si no cuentan con apoyo adecuado.
La percepción que tienen los estudiantes sobre su propia habilidad matemática también influye decisivamente en su desempeño. Quienes la entienden como una herramienta para descubrir, tienden a involucrarse más y a obtener mejores resultados que aquellos que la conciben como una lista de reglas a memorizar. No todos los alumnos, sin embargo, enfrentan este tránsito de la misma forma: mientras algunos logran adaptarse con éxito, otros se ven superados por la ansiedad o el sentimiento de no estar a la altura. Esto pone en evidencia la necesidad urgente de construir entornos educativos que fomenten actitudes positivas y flexibles hacia esta disciplina.
También es hora de cuestionar algunos estereotipos persistentes: “la matemática no es para todos” o “solo los genios pueden entenderla”. Estas creencias, profundamente arraigadas, terminan por limitar el potencial de muchos jóvenes que, con un enfoque pedagógico distinto, podrían tener una relación más constructiva con esta ciencia. Fomentar una autoimagen positiva en esta área no solo mejora el rendimiento académico, sino que también puede reducir el abandono y transformar la experiencia educativa en general.
La actitud con que los estudiantes enfrentan el aprendizaje matemático tiene una incidencia directa en sus logros y vínculo con esta. La autopercepción de competencia y la motivación interna son claves: quienes se sienten capaces tienden a perseverar y a aceptar los desafíos con mayor seguridad. Como educadores, tenemos la responsabilidad de impulsar entornos de aprendizaje que despierten la curiosidad y reduzcan la ansiedad, transformando la matemática de una asignatura intimidante en una experiencia accesible y significativa.
En última instancia, el futuro de la enseñanza matemática depende de nuestra disposición a replantear las actitudes que la rodean. ¿Estamos dispuestos a revisar nuestras prácticas para que más estudiantes vivan esta disciplina como una oportunidad y no como una amenaza?