Observar con atención, soltar el control y confiar en los procesos naturales de los niños. Estas son algunas de las claves que propone la educación Montessori, una filosofía que, según Paulina Bobadilla, Directora de Casa de los Niños del Colegio Epullay, con 30 años de trayectoria, y uno de los más prestigiosos en el aprendizaje basado en la filosofía Montessori, no sólo transforma la infancia, sino también a los adultos que están dispuestos a mirar distinto.
En el mundo adulto, suele asumirse que el rol de enseñar y guiar recae exclusivamente sobre los mayores. Sin embargo, para quienes trabajan bajo el enfoque Montessori, esta lógica se invierte. Así lo plantea Paulina Bobadilla, directora de Casa de los Niños del Colegio Epullay —establecimiento con más de 30 años de trayectoria y uno de los más prestigiosos en la implementación del método Montessori en Chile—, quien asegura que los niños pueden ser grandes maestros, siempre que los adultos estén dispuestos a observar sin prisa y sin juicio.
“Muchas veces creemos que somos nosotros quienes enseñamos, guiamos, modelamos. Pero cuando nos abrimos de verdad a observar a los niños, sucede algo profundo: ellos nos transforman”, señala Bobadilla, quien ha sido testigo de ese cambio no sólo en su rol como educadora, sino también como madre y ser humano.
La clave, dice, está en mirar con otros ojos. Un niño que explora una hoja con concentración o que se toma el tiempo para servirse agua con cuidado, es una muestra de atención plena. “Su autenticidad, su capacidad de asombro, su conexión con el presente nos recuerdan lo que muchas veces hemos olvidado en la adultez: la maravilla de estar aquí y ahora”, afirma.
Un testimonio que transformó una rutina
Bobadilla recuerda con especial emoción el caso de una madre que asistió a uno de los talleres Montessori del colegio. Tenía una hija de tres años que solía protagonizar berrinches al momento de vestirse por las mañanas. “La rutina era caótica, la madre intentaba imponer y apurar, hasta que un día decidió cambiar la estrategia: respiró, observó y simplemente le ofreció dos opciones de ropa para elegir. La niña tardó más de diez minutos en decidir, pero no hubo gritos. Se vistió sola y sonrió con orgullo. La madre lloró”, relata.
Ese momento fue revelador: “Me dijo: ‘Ese día entendí que no era mi hija la impaciente, era yo. Ella solo necesitaba tiempo, y yo necesitaba aprender a mirar distinto. Desde ese día, nuestras mañanas cambiaron’”.
Historias como esta, dice Bobadilla, permiten comprender que mirar con respeto y atención no solo ayuda a entender mejor a los niños, sino también a cuestionar las propias creencias adultas. “Es un espejo que nos devuelve preguntas esenciales: ¿por qué apuro tanto?, ¿por qué me cuesta soltar?, ¿qué estoy necesitando aprender de mí?”, plantea.
El valor de desaprender
La filosofía Montessori promueve una forma de acompañar más consciente y menos directiva. Frases como “el adulto siempre sabe más” o “los niños deben obedecer sin cuestionar” son parte de un paradigma que, según Bobadilla, es necesario dejar atrás.
“El enfoque Montessori nos invita a soltar esos mandatos. Nos enseña que educar no es moldear, sino acompañar. Y para eso se necesita humildad: reconocer que no lo sabemos todo, que podemos aprender de nuestros propios hijos, que también estamos creciendo junto a ellos”, sostiene.
En ese proceso, “desaprender” se convierte en una herramienta clave. Liberarse de expectativas rígidas, juicios automáticos o culpas heredadas permite a los adultos construir vínculos más genuinos. “Educar con una mirada más consciente no significa hacerlo perfecto. Significa hacerlo con intención, con escucha y, sobre todo, con amor”.
Y concluye: “Los niños no necesitan adultos perfectos. Necesitan adultos presentes, dispuestos a mirar distinto”.
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