Marisol López, Académica Instituto de Educación y Lenguaje Universidad de Las Américas

En medio de los desafíos estructurales que enfrenta el sistema educativo chileno, emerge una necesidad inevitable de enseñar no solamente contenidos, sino también pensar sobre el propio aprendizaje y convivir emocionalmente con los otros. La educación metacognitiva y socioemocional se ha vuelto una urgencia si queremos formar estudiantes íntegros, críticos y emocionalmente equilibrados.

Distintos informes internacionales, como los de UNESCO, han subrayado que el desarrollo de habilidades como la autorregulación, la empatía, la colaboración y la toma de decisiones responsables, no son elementos accesorios, sino fundamentales para un aprendizaje mucho más profundo, ya que estas habilidades no solo mejoran el rendimiento académico, sino que también fortalecen la convivencia escolar y previenen problemáticas conductuales.

En este sentido, el “Marco para la Buena Enseñanza” del Ministerio de Educación, destaca que los docentes deben promover intencionadamente estas habilidades en el aula, es decir, no basta con enseñar contenidos, hoy se requiere modelar formas de vincularse con el conocimiento y con los demás.

Un componente clave para avanzar hacia esta visión es la metacognición; instruir a los estudiantes a identificar cómo aprenden, que estrategias les funcionan y cómo superan las dificultades, permite formar sujetos más autónomos, reflexivos y críticos. Tal como destaca la UNESCO en su propuesta de transformación educativa para América Latina, desarrollar la metacognición implica un cambio estructural en las prácticas pedagógicas.

Sin embargo, aún existen brechas en la implementación efectiva de estas estrategias en las aulas chilenas. Los diálogos sostenidos durante la priorización curricular en pandemia dejaron en evidencia que, aunque existe conciencia de la importancia del componente socioemocional, su incorporación sigue siendo frágil. Se requiere formación docente continua, recursos pedagógicos adecuados y, sobre todo, voluntad política e institucional.

Avanzar hacia una educación del ser, no significa reemplazar el conocimiento, sino complementarlo con herramientas que permitan vivir y convivir mejor. Invertir en el desarrollo socioemocional y metacognitivo no solo mejora el clima escolar, sino también es una apuesta estratégica para forjar una sociedad más humana, consciente y justa.

 

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