Por: Luis Vásquez Tudela, CRO de Snap Compliance
El caso Pro Cultura ha generado una enorme controversia política y judicial en nuestro país, al revelar posibles irregularidades en el uso de fondos públicos millonarios por parte de una ONG. No se trata de un par de millones de pesos, sino de un presunto fraude al fisco de seis mil millones de pesos, mediante tratos directos con fundaciones vinculadas a esta organización en ocho regiones del país.
Este escándalo resalta un desafío persistente en la lucha contra la corrupción. A pesar de los avances en vigilancia y fiscalización, el problema parece indestructible.¿Cuántos otros fondos públicos estarán circulando sin control, sin que nadie se dé cuenta ni haga un seguimiento adecuado?
La tecnología ha demostrado ser un recurso invaluable en la detección de irregularidades y fraudes. Hoy en día, contamos con herramientas de análisis de datos y sistemas de inteligencia artificial (IA) que pueden detectar patrones sospechosos con una precisión sin precedentes. Sin embargo, la clave para aprovechar estos avances radica en cómo los utilizamos y en el contexto en el que se aplican.
El Caso Pro Cultura revela una brecha fundamental en la integración efectiva de estas herramientas en nuestro país. No es suficiente con tener acceso a algoritmos sofisticados o sistemas de monitoreo predictivo, para erradicar la corrupción, la tecnología debe estar respaldada por un compromiso genuino con la transparencia y la integridad.
Uno de los principales problemas que enfrentamos es la resistencia al cambio dentro de las organizaciones. A menudo, las tecnologías avanzadas se implementan sin una estrategia clara para fomentar una cultura de cumplimiento. La verdadera transformación ocurre cuando las herramientas tecnológicas se combinan con políticas y prácticas que promuevan un entorno ético y responsable.
En este sentido, el papel de la educación y la formación interna es crucial. Las organizaciones deben ir más allá de la simple implementación de tecnologías y enfocarse en cultivar una cultura en la que cada miembro comprenda la importancia de la integridad y el compliance.
La lección del Caso Pro Cultura es clara: para ser verdaderamente efectivos en la prevención de la corrupción, debemos combinar los avances tecnológicos con un cambio cultural profundo. La tecnología es un aliado poderoso y su impacto real se manifiesta cuando se integra en un marco de ética y responsabilidad. Las organizaciones deben adoptar esta visión y considerar el compliance no solo como una obligación, sino como una ventaja estratégica para protegerse su reputación y anticipar las crisis.