Gina Luci Arriagada Académica de Pedagogía Básica Universidad de Las Américas

A medida que nos insertamos en el mundo global y conocemos innumerables posibilidades de comunicarnos con otros, se instala la duda razonable enfocada en qué estamos haciendo para enriquecer el lenguaje de nuestros niños y jóvenes. Si bien es cierto son otras generaciones las que hoy conocemos, no es menos cierto que cada vez es más difícil comprender lo limitado de su lenguaje oral y escrito. Podríamos culpar a los celulares, ya que uno no alcanza a escribir y aparecen las palabras en forma automática, por lo que no hay que hacer mucho esfuerzo para hilar una frase.  Pero no es solo esta situación descrita, ya que actualmente, en una conversación, entre dos personas, en promedio, de cada 10 palabras expresadas a lo menos la mitad son groserías o muletillas que demuestran una gran ausencia del dominio de sinónimos, artículos y sobre todo adjetivos ya que un vocablo se ocupa para cumplir todas esas funciones. 

Cuando a los estudiantes universitarios -que utilizan el bacán para expresarse- se les solicita que busquen sinónimos para explicar lo que quieren decir, es realmente una odisea ver cómo les cuesta encontrar las palabras adecuadas. Pero lo más triste, es que cuando creen haber encontrado el término alternativo éste es muy poco adecuado a la situación.

Una preocupación manifestada por el Observatorio Ciberderechos y Tecnosociedad en sus estudios y encuentros internacionales, es que los emoticones, gift y otros, han ganado mucho espacio en las redes sociales, lo que ha producido el efecto de buscar comprensión en otros ámbitos de la escritura que no demandan tener un gran léxico como lo conocíamos hasta ahora.

¿Podemos hacer algo como sociedad para aportar a que estas mutaciones lingüísticas no avancen? Sabemos que el lenguaje evoluciona, pero no manejar un repertorio mínimo satisfactorio que permita mantener una comunicación fluida con otra persona sin importar su edad, creo que es más preocupante de lo que se piensa.  Una medida eficiente para enriquecer el léxico es compartir lecturas de cualquier tipo con nuestros infantes o jóvenes, no es necesario que sean clásicos ya que estos pueden no interesarles. Pero, hoy existe una infinidad de temáticas que podrían aportar desde la fitoterapia, la cocina, el arte alternativo, el veganismo, el pensamiento computacional, etc. Esto permitiría participar en una conversación en la que se pueda utilizar palabras menos comunes y así ampliar al repertorio. 

Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar a una estudiante de 10 años que indicaba: “en clase de lenguaje mi profesora hizo una pregunta y de mis treinta compañeros de curso ¡solo tres sabíamos que era ornamentar!” Ella complementaba “es muy raro verdad, ya que esa palabra sale en libros, revistas de decoración o en películas”. Lo anterior es una muestra concreta de que esa estudiante era lectora, ya que incluso tenía claro dónde se podía encontrar ese término o sus sinónimos. Esta situación me hace reflexionar sobre si vale la pena seguir señalando que corren otros tiempos y que ahora se habla distinto. Debemos advertir que mientras menos llamemos la atención sobre la riqueza del lenguaje y su amplitud, iremos perdiendo la oportunidad de mantener una entretenida conversación con alguien que sea capaz de hablar diez palabras sin usar el bastón de las groserías o las muletillas. 

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