José Pedro Hernández Historiador y académico de la Facultad de Educación Universidad de Las Américas
Si bien el desembarco de Normandía, durante la Segunda Guerra Mundial, se alza como la mayor operación anfibia de la historia, décadas antes, en las áridas costas de la región de Tarapacá, un episodio igualmente audaz, aunque a menor escala, marcó un punto de inflexión en la Guerra del Pacífico: la toma de Pisagua, el 2 de noviembre de 1879. Esta operación, lejos de la magnitud de Normandía, demostró que la estrategia y el coraje son determinantes incluso en escenarios más reducidos.
La meticulosa planificación, en contraste con la improvisación que a veces caracteriza los conflictos bélicos, fue la clave del éxito en Pisagua. Durante casi tres meses, el ejército chileno se preparó con rigor, estudiando el comportamiento marino de la armada peruana, así como el accidentado terreno costero y las defensas enemigas. Esta planificación exhaustiva permitió minimizar las bajas y maximizar la eficacia del ataque.
El amanecer del 2 de noviembre, la armada chilena emergió del horizonte, acercándose a la bahía de Pisagua. El bombardeo naval previo al desembarco, con sus explosiones ensordecedoras y columnas de humo negro, debilitó las defensas peruano-bolivianas. Sin embargo, la verdadera prueba de fuego aguardaba en la arena.
Las crónicas de este desembarco están repletas de anécdotas que ilustran el coraje y las dificultades enfrentadas por los soldados chilenos. Uno de los detalles más reveladores es el de los uniformes. Confeccionados en Francia, algunos eran de hilo, apropiados para el clima europeo, pero un suplicio bajo el implacable sol del desierto. Otros, debido a la escasez, eran de pesada lana. Imaginen el agobio de las milicias: el uniforme empapado por el agua marina, pegado al cuerpo, sumando un peso extra al del armamento y municiones, bajo un sol abrasador. Enfrentaron no sólo al enemigo, sino también a la hostilidad del desierto: el calor extremo durante el día y el frío penetrante de la noche.
El desembarco no se limitó a la playa. Los defensores peruano-bolivianos, atrincherados en las alturas que dominaban la bahía, presentaron una férrea resistencia. Los soldados patriotas, con sus incómodos uniformes, tuvieron que escalar las escarpadas laderas bajo una lluvia de balas. La lucha fue encarnizada, con combates cuerpo a cuerpo en algunos puntos. A pesar de las adversidades, la perseverancia y la determinación de las tropas chilenas finalmente prevalecieron.
La victoria en Pisagua tuvo consecuencias estratégicas de gran alcance. El ejército chileno no sólo se afianzó en territorio enemigo, estableciendo un punto de apoyo logístico vital entre Antofagasta y Valparaíso, sino que también logró dividir las fuerzas aliadas. La toma de Pisagua, un triunfo forjado con planificación, sacrificio y adaptación a un entorno hostil, se convirtió en un peldaño crucial hacia la victoria final en la Guerra del Pacífico.
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