José Pedro Hernández Historiador y académico de la Facultad de Educación Universidad de Las Américas

La Bahía de Talcahuano, escenario de tantas historias, guarda en sus aguas el eco de una hazaña que marcó un antes y un después en la historia de Chile: la captura de la fragata española «Reina María Isabel», el 28 de octubre de 1818. Este episodio, más allá de una simple victoria militar, representó el bautismo de fuego de la Armada Nacional y un paso decisivo hacia la consolidación de la independencia.

Imaginemos la escena en Valparaíso, un 10 de octubre de 1818. Cuatro barcos, «casi barquichuelos» en palabras del propio O’Higgins, zarpan con la misión de interceptar un convoy español que amenazaba con revertir el triunfo patriota en Maipú. Al mando de la incipiente escuadra, el capitán Manuel Blanco Encalada, un oficial de artillería que, a pesar de las dudas y deserciones iniciales, supo ganarse el respeto de sus hombres, una mezcla de chilenos y extranjeros con escasa experiencia en combate naval.

La travesía al sur estuvo marcada por la incertidumbre y los desafíos. El entrenamiento constante de las tripulaciones, las dificultades de comunicación entre oficiales de distintas nacionalidades y la escasez de recursos, fueron solo algunos de los obstáculos que Blanco Encalada debió sortear. Pero la suerte, o quizás la audacia, se aliaría con los patriotas.

La captura de algunos transportes españoles dispersos no solo proporcionó valiosa información sobre los planes del enemigo, incluyendo sus puntos de encuentro y señales, sino que también reveló la baja moral de las tropas realistas tras la larga travesía. Con estos datos en mano, Blanco Encalada se dirigió a Isla Mocha, el punto de encuentro designado por los españoles. Sin embargo, llegaron tarde. La «Reina María Isabel» y algunos navíos ya habían zarpado hacia Talcahuano.

La fortuna, una vez más, sonrió a los chilenos. En Isla Mocha encontraron a cinco marineros españoles con instrucciones para el resto del convoy. Engañados, estos hombres revelaron la ubicación de la fragata insignia, sellando así su destino y el de la «Reina María Isabel».

Con la información confirmada, el «San Martín» y la «Lautaro», bajo bandera inglesa, se adentraron en la Bahía de Talcahuano, el 28 de octubre. El engaño, parte crucial de la estrategia de Blanco Encalada, funcionó inicialmente. La «Reina María Isabel» respondió al saludo del «San Martín», pero la sospecha se hizo evidente con el tercer cañonazo, esta vez con munición real. El artificio había terminado. Los barcos chilenos izaron la bandera tricolor y se lanzaron al abordaje.

El comandante ibérico, consciente de su desventaja, intentó varar e incluso incendiar su barco antes de entregarlo. La fragata encalló en las fangosas orillas de la Isla Rocuant, pero el arrojo de los tenientes Nathaniel Bell y William Crompton, al mando del abordaje, aseguró la captura de la embarcación y su tripulación. La «Reina María Isabel», rebautizada como «O’Higgins», pasó a engrosar las filas de la naciente Armada de Chile.

La captura de la «Reina María Isabel» no solo fue una victoria militar, sino un punto de inflexión en la guerra de independencia. Aseguró el dominio del Pacífico para los patriotas, permitiendo el posterior traslado del Ejército Libertador al Perú, donde se sellaría definitivamente la emancipación sudamericana. Esta audaz acción, liderada por Blanco Encalada, demostró al mundo la determinación y el coraje de una joven nación que luchaba por su libertad, marcando el nacimiento de una Armada que, desde entonces, ha sido guardiana de las costas chilenas. Un acto de audacia que resonó en todo el continente y que, más de 200 años después, sigue siendo motivo de orgullo y recordatorio del ingenio y valentía de aquellos que forjaron la historia de nuestro país.

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