Pablo Figueroa Director Instituto de Ciencias Naturales Universidad de Las Américas

Chile enfrenta de manera directa los efectos de la crisis climática. Las sequías prolongadas, el retroceso de los glaciares, los incendios forestales cada vez más intensos y la pérdida sostenida de biodiversidad, constituyen señales inequívocas de que el cambio ya está presente. No se trata de un pronóstico distante, sino de una realidad que impacta la vida cotidiana: desde el precio de los alimentos, hasta la disponibilidad de agua y la estabilidad de los ecosistemas. En este contexto, la ciencia no debe entenderse como un lujo o un complemento, sino como una herramienta eficaz para anticipar riesgos, diseñar soluciones y fortalecer la resiliencia de nuestro país.

El ámbito científico nacional ha realizado aportes significativos. Las investigaciones sobre desertificación han permitido dimensionar la vulnerabilidad de los suelos; los proyectos en gestión hídrica han entregado estrategias para enfrentar la escasez de agua; y los estudios sobre la adaptación de cultivos ofrecen alternativas para garantizar la seguridad alimentaria en un entorno cambiante. Asimismo, universidades y centros regionales han generado conocimiento en áreas como las energías limpias y los sistemas de monitoreo ambiental. Sin embargo, todos estos avances se ven limitados por un obstáculo estructural: la insuficiente inversión en investigación.

Actualmente, Chile destina apenas un 0,4% de su PIB a investigación y desarrollo, cifra muy por debajo del promedio de la OCDE, que alcanza aproximadamente un 2,7%. Esta diferencia no es únicamente un dato estadístico: representa la brecha entre depender de tecnologías externas o desarrollar nuestras propias soluciones; entre reaccionar tardíamente a las emergencias o anticiparse mediante políticas basadas en evidencia; entre permanecer anclados en una economía extractiva o transitar hacia un modelo de desarrollo sostenible.

Invertir en ciencia climática constituye no solo una necesidad ambiental, sino también una estrategia económica y social. Fortalecer la toma de decisiones impulsa la innovación en energías renovables, diversifica la matriz productiva y genera empleos de alto valor agregado. Cada recurso asignado a la investigación debe comprenderse como un seguro para la vida, la salud y el bienestar de la ciudadanía.

El Día Nacional de las Ciencias, la Tecnología, el Conocimiento y la Innovación no debiera reducirse a discursos conmemorativos. Más bien, representa la oportunidad de renovar un compromiso efectivo: reconocer que el conocimiento es la mejor defensa frente a la crisis climática y el fundamento de un Chile más justo, sostenible y preparado para los desafíos del futuro.

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