• Vivimos en una era donde nuestros niños y adolescentes enfrentan desafíos que van más allá de lo académico. El bullying, los accidentes, los extravíos y las amenazas externas ya no son hechos aislados, sino realidades que golpean con fuerza a la comunidad educativa. Según un estudio de la Fundación Acción Educar, las denuncias por convivencia escolar alcanzaron su máximo histórico el último trimestre de 2024, con un total de 8.864, cifra que incluye discriminación y situaciones de connotación sexual, entre otros, y representa un aumento de un 1,3% respecto al año anterior, la más alta desde que se tiene registro. No podemos seguir reaccionando tarde.

 

Como sociedad, estamos llamados a actuar con responsabilidad y visión. Si utilizamos tecnología para casi todo: comprar, trabajar, movernos ¿por qué no emplearla también para lo más importante: la seguridad de nuestros hijos?

 

Hoy existen soluciones tecnológicas simples y accesibles que permiten que un preadolescente o adolescente pueda pedir ayuda con solo dos clics. Herramientas que activan redes de apoyo, notifican a contactos de confianza en segundos y entregan ubicación en tiempo real ante una emergencia. Esta capacidad de reacción inmediata no solo entrega tranquilidad a las familias, sino que construye una cultura de protección activa y colaborativa entre hogares y comunidades escolares.

 

La prevención ya no puede ser un lujo. Los entornos escolares deben transformarse en espacios realmente seguros, y para eso necesitamos voluntad, coordinación y tecnología útil. Es momento de empoderar a nuestros niños y jóvenes con herramientas que les permitan sentirse protegidos y escuchados.

 

No se trata de reemplazar el cuidado humano, sino de fortalecerlo. Porque cuando la tecnología se pone al servicio del bienestar, no solo mejora vidas: las puede salvar.

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