Por: Luz María García, Gerenta General de ACTI A.G.
En pleno siglo XXI, cuando los desafíos científicos requieren más colaboración y diversidad que nunca, resulta inaceptable escuchar declaraciones como las del congresista peruano Ernesto Bustamante, quien afirmó que “no hay una condición biológica que incentive a las mujeres a participar en ciencias exactas o naturales”. Estos dichos no solo perpetúan estereotipos sin fundamento, sino que invisibiliza las múltiples barreras estructurales que enfrentan las niñas y mujeres para desarrollarse en disciplinas STEM.
No se trata de una falta de interés “natural”, sino de los sesgos que se arraigan desde la infancia. Según datos de CIPPEC, entre los 6 y 8 años, el 33% de las niñas se considera buena para las matemáticas, pero a los 10 años esa cifra cae abruptamente al 11%. Mientras que en los niños la caída va del 30% al 20%. En ese mismo rango etario, las niñas ya asocian la ingeniería con características masculinas. ¿Podemos hablar de ausencia de vocación si desde tan temprano se instala la idea de que la ciencia no es para ellas?
Asimismo, la Cuarta Radiografía de Género en CTCI, realizada por el Ministerio de Ciencia Tecnología, Conocimiento e Innovación chileno, muestra que aunque las mujeres representan el 55,4% de las matrículas en pregrado, su presencia disminuye drásticamente en programas de magíster (49,4%) y doctorado (39%) y es aún menor entre quienes reciben premios nacionales de ciencia, donde los hombres superan con creces a sus pares femeninos en la última década, solo un 18% ha obtenido tal distinción. Por lo tanto, no es una cuestión de mérito, sino de oportunidades y reconocimiento. Sugerir que la participación femenina debe limitarse por “prevalencia biológica” no solo es erróneo, es peligroso porque válida estructuras que excluyen y desincentivan el talento.
En mi rol —y como mujer que trabaja en tecnología—, he sido testigo directa de las barreras que aún enfrentamos. Muchas veces, estas no son explícitas, pero están ahí: en los espacios donde no somos invitadas, en las decisiones donde no participamos, en los liderazgos donde no aparecemos. Por eso, más allá de las cifras, lo que me moviliza es construir condiciones reales para que más mujeres puedan estudiar, trabajar y liderar en la industria. No buscamos “cuotas”, buscamos justicia y visión de futuro.
Creo firmemente en el poder de las redes para visibilizar a nuevos referentes, formar redes colaborativas y compartir experiencias. Me ha tocado estar en espacios donde jóvenes estudiantes conocen por primera vez a una mujer que lidera en tecnología, y eso puede cambiarlo todo. Porque no se puede soñar con lo que no se ve. Cambiar la cultura tomará tiempo, sí, pero también requiere decisión, persistencia y trabajo conjunto.
Negar la capacidad científica de las mujeres no solo es anticuado, es un obstáculo real para el desarrollo. Y frente a discursos como el del señor Bustamante, que pretenden validar la exclusión bajo argumentos biológicos, no podemos quedarnos calladas. La ciencia necesita diversidad para avanzar, y excluir a la mitad del talento por prejuicios disfrazados de tecnicismos es una irresponsabilidad.
A las niñas que hoy se están preguntando si esto es para ellas, les digo que sí, que lo es. Que hay un lugar para su talento y su curiosidad. A quienes toman decisiones en política, educación, medios o empresas, desde la Mesa de Equidad en la industria TI del ACTI les pedimos que dejen de mirar la equidad como un favor o una concesión, y comiencen a entenderla como lo que realmente es: una estrategia indispensable para el desarrollo. No es que falten capacidades. Lo que faltan son condiciones. Y eso, sí que lo podemos cambiar.