Entre los nuevos aprendizajes que implica iniciar la educación superior se incluyen cambios en la independencia, las relaciones sociales y la gestión del tiempo.
Adaptarse a la vida universitaria es un proceso que requiere equilibrio entre autonomía, responsabilidad y bienestar emocional.
Santiago, 03 de marzo del 2025.- El cambio de vida al ingresar a la educación superior puede representar uno de los momentos más transformadores en la vida de las y los jóvenes. Se trata de un proceso que va mucho más allá de los desafíos académicos, abarcando aspectos personales, sociales y emocionales que requieren una adaptación progresiva.
Según la académica de la Escuela de Psicología de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), Leonor Irarrázaval, la juventud es una etapa de avance en el ciclo vital, de transición a la adultez, un proceso complejo en términos de incertidumbre: “Es un desafío mayor, que involucra prácticamente todos los aspectos de la vida, en donde hay desconocimiento y también expectativas propias y familiares por cumplir”, comenta.
Para las y los jóvenes que inician su formación universitaria en una nueva ciudad o país, por ejemplo, saliendo de la casa familiar, la independencia es uno de los cambios más significativos. El cambio implica aprender a gestionar el tiempo y responsabilidades de forma autónoma, lo que les obliga a tomar decisiones sobre cómo organizar sus estudios, actividades, presupuesto y vida diaria. Este proceso, aunque desafiante, fomenta el desarrollo de habilidades de autogestión y disciplina.
“Es necesario compatibilizar esa necesidad de disfrutar de la libertad y la autonomía recién adquirida, con las responsabilidades y deberes académicos por cumplir”, sostiene la psicóloga. “En una primera etapa, se produce una adaptación, también parte del tránsito a la adultez, donde es necesario fortalecer los hábitos de estudio, el cumplimiento de los horarios, el autocuidado y la búsqueda de espacios protegidos para que este proceso se desarrolle adecuadamente”, añade.
Relaciones sociales y bienestar emocional
El aspecto social también representa un gran desafío en este proceso de cambio. Las y los estudiantes se encuentran en entornos diversos en los que tienen la oportunidad de construir nuevas relaciones entre sus pares y grupos afines. Las instituciones de educación superior son espacios que reúnen personas de distintos contextos y perspectivas, lo que enriquece su desarrollo social, pero también puede generar sentimientos de inseguridad o soledad al principio.
Para quienes deben mudarse a otra ciudad, este desafío se amplifica. Alejarse de la familia y las amistades -la red de apoyo habitual- puede generar sensaciones de nostalgia y aislamiento. Y si a ello se suma el desafío académico, la incertidumbre y las expectativas que la familia ha puesto en este nuevo camino, la presión puede intensificarse.
“En esta primera etapa, es esperable que haya sentimientos de tristeza tanto por la partida del núcleo cercano como por las distancias físicas, que por suerte en estos tiempos son más fáciles de sortear gracias a la tecnología”, comenta Leonor Irarrázaval, agregando que “es parte natural del proceso de adaptación, de la independencia que están adquiriendo en esta etapa, lo cual es desafiante tanto para las y los jóvenes como para sus cuidadores, madres y/o padres, en un aprendizaje mutuo”.
“Es importante que los cuidadores, madres y/o padres equilibren su natural preocupación y apoyo, con el fomento y respeto a la nueva autonomía que está adquiriendo el o la estudiante, para reforzar el vínculo emocional aún a pesar de la distancia”, sostiene la académica.
Conforme va pasando el tiempo, el proceso va asentándose. Los y las jóvenes se establecen en sus nuevas rutinas, responsabilidades y deberes, fortaleciendo así su crecimiento personal, social y académico. Porque el proceso que surge al iniciar la formación superior, es lo más parecido a abrir una puerta de entrada a la vida adulta.