Talía del Pozo Académica investigadora Núcleo en Sustentabilidad y Recursos Naturales Universidad de Las Américas

En Chile, los valles de Azapa, Huasco y Limarí han aprendido a descifrar el lenguaje del desierto. Entre suelos pobres y un sol que no da tregua, el olivo (Olea europaea) se ha convertido en símbolo de resiliencia agrícola. Gracias al Día Mundial del Olivo, proclamado por la UNESCO, este árbol milenario nos recuerda un desafío emergente: la producción de alimentos saludables en un planeta cada vez más caliente.

El olivo llegó a América con los españoles desde el mediterráneo y se extendió en el norte de Chile desde el siglo XVII. Su profundo sistema radicular y su fisiología de hoja pequeña, gruesa y perenne lo hacen especialmente resistente al calor y la sequía.

En nuestro país la superficie cultivada de olivos durante el año 2024 alcanzó las 20.094 hectáreas según la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA), con una producción de 20.000 toneladas. Actualmente, en las regiones del centro sur es donde se concentran las mayores superficies de plantaciones de olivo, pero es en el norte donde comenzó el desarrollo de la olivicultura, con aceites premiados por su calidad. Esta amplia distribución geográfica permite observar cómo las distintas variedades de olivo se ajustan a diversos microclimas y tipos de suelo, un aspecto fundamental para la adaptación y producción.

El aceite de oliva es un componente clave de la dieta mediterránea, la cual es reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) como un modelo de alimentación sostenible. Las bondades del aceite de oliva extra virgen han sido muy documentadas por la literatura científica. Es rico en grasas saludables y polifenoles, reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares, disminuye la inflamación crónica y protege a las células del daño oxidativo. Su consumo frecuente se asocia con una menor mortalidad cardiovascular, posicionándose como un alimento funcional que conecta la tradición culinaria con salud. Cabe destacar que la OMS ha señalado la importancia de la dieta mediterránea como una de las más recomendadas para la prevención de enfermedades crónicas no transmisibles y el envejecimiento saludable.

El olivo también protege el corazón del planeta ya que es un cultivo con gran potencial de adaptación al cambio climático, logrando crecer en suelos calcáreos, pobres y poco irrigados. Si bien algunos estudios recientes advierten que, bajo escenarios de calentamiento global, muchas áreas del Mediterráneo podrían volverse insostenibles para el cultivo del olivo, al mismo tiempo emergen nuevas zonas semiáridas en el hemisferio sur que podrían convertirse en interesantes refugios productivos si los recursos hídricos se gestionan de manera adecuada.

Así, la celebración del Día Mundial del Olivo nos recuerda que de un árbol antiguo emergen alimentos que han acompañado a la humanidad por milenios y que, en tiempos de sequía, mirar un olivar es mirar una metáfora del futuro: raíces profundas, hojas permanentes y una esperanza de vida verde en lugares donde parece imposible.

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Equipo Prensa
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