Maciel Campos Director Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas

Hacer sentir cómodo al otro en nuestras interacciones sociales, cuando tenemos al frente a alguien muy distinto a uno mismo, es una proeza que muy pocos son capaces de lograr. Mary Rose Mac-Gill fue una de ellas. La mujer que conoció a Winston Churchill, a la Reina Isabel II y a Elvis Presley, con sus ademanes refinados y vanidades autodeclaradas, fue capaz de crear una personalidad chispeante y distintiva que, con gracia única, logró distanciarse de las mañosas caricaturas con las que frecuentemente intentaron emboscarla.

El personal branding o marca personal, esa forma en que gestionamos nuestra imagen, podría sonar frívolo o artificioso, pero en la actualidad, es un capital que, bien administrado, produce huellas notables a la hora de generar diferenciación en una sociedad frecuentemente acostumbrada a la homogeneidad. En esto, Mac-Gill fue una experta.

La última «socialite» fue la nomenclatura y sello con el que buscaban explotar sus particulares características, pero su estilo, estampa, lenguaje e historia fueron mucho más allá de una entrada glamorosa en una gala. Y es que la marca personal siempre se expondrá al peligro de caer en la reducción, concentrando identidades complejas en «etiquetas» instantáneas fácilmente digeribles. Mary Rose no se amilanó frente a los encasillamientos y caracterizaciones simplistas; de hecho, y hasta cierto punto, ella misma no se sentía del todo incómoda con estas etiquetas. Hasta sacó ventaja de ellas frente a pantallas y micrófonos, lo que habla más de su inteligencia y astucia que de una chapa impuesta.

Durante por lo menos dos décadas Mac-Gill destacó en innumerables medios de comunicación, haciendo exhibición de su cultura y contactos con el jet set, sin embargo, ella también usó de estas plataformas y tribunas para defender sus causas, atrayendo las simpatías transversales de diversas audiencias, como también algunas críticas solapadas respecto a la verdadera legitimidad de lo que implica el estilo fino y elegante que ella defendía.

Es bueno para cualquier sociedad tener personajes únicos y reconocibles, que sean una representación de lo que configura también parte de nuestra identidad como nación, y el legado de Mac-Gill no fue en nada minúsculo: desde su papel como gestora cultural, hasta el comercial de atún donde fue protagonista, pasando por sus cruzadas benéficas y su impulso para otorgar becas de arte. Mary Rose, tuvo no solo el nombre, también la educación y, sobre todo, la habilidad para cumplir su rol cabalmente. En una sociedad, donde muchas veces lo efímero y chabacano se destaca infladamente, bien vale la pena tributar a una mujer adulta mayor, que conservó su elegancia, discurso y simpatía hasta el último de sus días.

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