En la actualidad, la tecnología se ha transformado en una parte esencial de la vida cotidiana y del funcionamiento de las sociedades modernas. Desde las comunicaciones hasta las transacciones financieras, pasando por la educación y los servicios públicos, gran parte de nuestras actividades se desarrollan en entornos digitales. Esta creciente tendencia ha traído consigo numerosos beneficios, pero también ha dado lugar a una serie de amenazas que ponen en riesgo la integridad, confidencialidad y disponibilidad de la información. La ciberseguridad, entendida como el conjunto de prácticas, tecnologías y políticas orientadas a proteger los sistemas informáticos, se ha convertido en un tema prioritario a nivel global.
En el Mes de la Ciberseguridad -que se conmemora cada octubre-, es importante recordar que los desafíos que esta enfrenta en la actualidad son cada vez más complejos y dinámicos. Entre los principales retos se encuentran el aumento de ciberataques sofisticados, el crecimiento del ransomware, el uso masivo del Internet de las Cosas (IoT), y la expansión del trabajo remoto, que ha modificado radicalmente la manera en que las organizaciones operan. A nivel nacional, Chile también ha debido adaptarse a estos cambios, impulsando nuevas normativas y estrategias para enfrentar un panorama de amenazas en constante evolución.
En los últimos años, los ciberataques han alcanzado niveles de sofisticación sin precedentes. Ya no se trata únicamente de virus o correos maliciosos, sino de amenazas persistentes, ataques dirigidos, y el uso de inteligencia artificial para automatizar procesos de intrusión. Utilizando técnicas complejas que muchas veces evaden los sistemas de detección tradicionales. Esto plantea un enorme desafío para las organizaciones, que deben actualizar constantemente sus protocolos y herramientas de seguridad.
Además, los ciberataques ya no se limitan a sistemas informáticos convencionales. Sectores estratégicos como la energía, el transporte, la salud y las finanzas han sido blanco de ataque, en algunos casos, han tenido consecuencias reales en el mundo físico. Esto demuestra que la ciberseguridad debe ser vista no solo como un problema tecnológico, sino como un componente esencial de la seguridad nacional.
El ransomware se ha consolidado como una de las formas más lucrativas y peligrosas de ciberdelincuencia. Este tipo de malware cifra los archivos de un sistema y exige un rescate a cambio de la clave para desbloquearlos. Muchas organizaciones, incluyendo hospitales, instituciones de educación y gobiernos, han sido víctimas de ataques de ransomware que podrían paralizar sus operaciones por días.
El avance del Internet de las Cosas (IoT) ha conectado millones de dispositivos a la red, desde cámaras de vigilancia hasta electrodomésticos y sensores industriales. Muchos de estos dispositivos carecen de medidas de seguridad adecuadas, lo que los convierte en blancos fáciles para los atacantes.
El desafío con el IoT radica en que su crecimiento es exponencial, pero las prácticas de ciberseguridad no han evolucionado al mismo ritmo. Esto obliga a repensar desde la fase de diseño cómo se asegura un dispositivo conectado, especialmente en sectores como la salud, donde la manipulación remota de un dispositivo médico puede poner vidas en riesgo.
Por otro lado, la pandemia de Covid-19 aceleró de forma abrupta el trabajo remoto, obligando a muchas organizaciones a adoptar tecnologías sin una planificación adecuada de seguridad. El uso de redes domésticas, dispositivos personales y conexiones remotas sin cifrado expuso a muchas empresas a riesgos antes inexistentes. Aunque el trabajo remoto ha llegado para quedarse en muchos sectores, también ha ampliado enormemente la superficie de ataque que los ciberdelincuentes pueden aprovechar.
Las empresas se han visto obligadas a invertir en soluciones como VPN, autenticación multifactor y capacitación en ciberseguridad para sus colaboradores. No obstante, muchos de estos esfuerzos son aún insuficientes, especialmente en pequeñas y medianas empresas que no cuentan con los recursos necesarios para implementar medidas avanzadas de protección.
Chile ha experimentado un proceso acelerado de digitalización, tanto en el sector público como privado. Sin embargo, este avance no ha estado exento de problemas. A raíz de estos incidentes, se han impulsado diversas iniciativas para fortalecer la ciberseguridad nacional.
Chile promulgó la Ley Marco de Ciberseguridad, que busca establecer un marco legal para la protección de infraestructuras críticas y crear la Agencia Nacional de Ciberseguridad (ANCI). Esta entidad tiene como misión coordinar los esfuerzos del Estado, monitorear amenazas y responder a incidentes de manera oportuna. Si bien esto representa un avance significativo, aún persisten desafíos, entre ellos la falta de una cultura de ciberseguridad en la ciudadanía, y la necesidad de mayor inversión en tecnologías de protección.
Por otra parte, se requiere una coordinación efectiva entre el sector público y privado, así como con organismos internacionales, para estar preparados ante amenazas que muchas veces trascienden las fronteras nacionales. En este sentido, la educación digital y la concientización de la población también juegan un rol clave en la construcción de un ecosistema digital más seguro.