Francisco Pérez Académico Escuela de Pedagogía en Educación Diferencial Universidad de Las Américas

En el quehacer cotidiano del aula, los detalles importan. La forma en que se organiza una actividad, el tipo de materiales que se entregan o la dinámica con que se invita a participar, marcan la diferencia entre un aprendizaje significativo o una experiencia desmotivante. En este sentido, la planificación de actividades acotadas, puntuales y manipulables cobra un valor esencial, especialmente en contextos escolares donde la diversidad del estudiantado exige estrategias claras, accesibles y efectivas. 

Las iniciativas breves, bien diseñadas y con un propósito pedagógico definido y alineado al currículum escolar, permiten mantener el foco en los aprendizajes esperados sin saturar a los estudiantes con consignas extensas o confusas. Cuando el recurso trabajado puede ser manipulado con facilidad, como una guía recortable que se pega en el cuaderno, se favorece la autonomía, la organización y la continuidad del trabajo. Este tipo de acciones no solo refuerzan contenidos, sino que también dignifican el uso del cuaderno como herramienta de estudio, promoviendo hábitos que trascienden el momento de la clase.

Pero más allá del material impreso, el espacio del aula también debe abrirse a una participación auténtica. El uso de la pizarra como herramienta pedagógica no debe asociarse a la sanción o al control, sino al aprendizaje entre pares. Convertir la experiencia de “pasar a la pizarra” en una instancia colaborativa y cotidiana donde más de un estudiante pueda resolver, explicar o construir saberes en conjunto, cambia radicalmente su significado. Se transforma en un espacio de validación, de diálogo entre estudiantes y de construcción activa del conocimiento.

Lamentablemente, en algunos contextos escolares en nuestro país, esta práctica aún es utilizada como medida punitiva frente a conductas disruptivas, lo que instala en el imaginario estudiantil la idea de que participar visiblemente es algo negativo. Esa asociación erosiona la confianza, limita la interacción y desaprovecha una oportunidad invaluable de aprendizaje compartido.

Enseñar no es solo transmitir contenidos, sino también diseñar experiencias donde cada decisión didáctica contribuya a formar estudiantes comprometidos, autónomos y seguros. Actividades claras, manipulables y breves, uso del cuaderno como herramienta activa y pizarrón como espacio de aprendizaje entre pares, son elementos simples, pero poderosos. 

Cuando estos recursos se articulan con intención pedagógica, no solo fortalecen los aprendizajes de todos los estudiantes, sino que también permiten atender de mejor manera las diversas necesidades educativas presentes en el aula, favoreciendo la participación activa de quienes requieren apoyos específicos. Así, la sala de clases se convierte en un espacio donde aprender también significa participar, colaborar y ser parte.

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Equipo Prensa
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