Cada 31 de octubre, las calles se llenan de pequeños vampiros, princesas y superhéroes. Corren de casa en casa gritando “¡dulce o travesura!”, mientras los adultos, algunos con más entusiasmo que los niños, preparan bolsitas de dulces o se disfrazan para alguna fiesta temática. Algo que hace unas décadas nos parecía ajeno, hoy es parte del paisaje chileno. Pero ¿de dónde viene realmente esta costumbre? ¿Por qué los dulces se convirtieron en los protagonistas de la noche más tenebrosa del año?

Para responder a las preguntas, los invito a viajar, pero a viajar en el tiempo a más de dos mil años atrás, hasta las tierras de Irlanda y Escocia. Allí, los antiguos celtas celebraban el “Samhain”, que representaba el fin del verano y el comienzo del invierno. Creían que, en esa noche, la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se hacía difusa, y que los espíritus podían caminar entre nosotros. Para protegerse, encendían hogueras y se disfrazaban, con la esperanza de confundir a las almas errantes. Como podemos ver no era una fiesta de miedo, sino más bien una forma de rendir respeto y convivir con lo desconocido.

Con el paso del tiempo y la llegada del cristianismo, la festividad pagana se mezcló con el “Día de Todos los Santos”, que fue trasladado al 1 de noviembre para diferenciarse. Así nació el término “All Hallows’ Eve” (la víspera de Todos los Santos), que con los años se acortó a “Halloween”.

¿Y los dulces? Bueno, esa historia tiene también su encanto. En la Europa medieval existía una práctica llamada “souling”, en la cual los más pobres iban de casa en casa pidiendo “pasteles del alma” a cambio de oraciones por los difuntos. Más tarde va a surgir el “guising”, donde los niños se disfrazaban y recitaban versos o canciones para recibir comida o monedas. Cuando los colonos europeos llegaron a América, llevaron estas tradiciones consigo, y en Estados Unidos nació la famosa frase “trick or treat”, que en español conocemos como “dulce o travesura”.

El resto, como suele decirse, es historia y un poco de comercio. Las empresas de dulces vieron una oportunidad dorada para enriquecer sus arcas y convirtieron la costumbre en un fenómeno global. Así, lo que comenzó como un ritual para honrar a los muertos terminó transformándose en una fiesta alegre, llena de color y azúcar.

Hoy, cuando vemos a los niños recorrer las calles de un barrio o tocar las puertas de las casas, no solo están pidiendo dulces, están participando, sin saberlo, de una tradición que ha viajado siglos y continentes para llegar a sus manos. Quizás por eso Halloween tiene ese encanto especial, el que une lo misterioso con lo cotidiano, el miedo con la risa, y nos recuerda, entre calabazas y chocolates, que toda costumbre, incluso la más moderna, guarda una historia mucho más antigua de lo que imaginamos.

José Pedro Hernández Historiador y académico de Universidad de Las Américas

 

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