José Pedro Hernández Historiador y académico Universidad de Las Américas
Septiembre, mes de la patria. El aire se impregna por el aroma a carbón encendido, se escuchan risas que se mezclan con cuecas y brindis, y en cada mesa hay protagonistas indiscutidos: el asado, la chicha y, por supuesto, la empanada de pino. Esa que nunca falta y que, más que un plato, es una invitada de honor. Pero ¿alguna vez se han preguntado de dónde viene esta delicia que tanto nos representa?
Aunque a primera vista la empanada de pino grite “soy chilena”, sus raíces se hunden en tierras muy lejanas. Su rastro nos lleva hasta la antigua Persia, donde ya se preparaban panes rellenos de carne de cordero, especias y frutos secos. Con el paso del tiempo, esta tradición viajó con los árabes hasta la Península Ibérica (Siglo VIII), y allí, bajo el dominio musulmán, encontró un nuevo hogar.
Con la llegada de los conquistadores españoles a América, la empanada cruzó el océano Atlántico y se encontró con un nuevo mundo de sabores e ingredientes. Es así como, a lo largo del continente, se fue adaptando a los ingredientes de cada región americana. Así nacieron las empanadas argentinas, colombianas y venezolanas, cada una con su propio acento.
Pero volvamos a nuestro país. Cuenta la leyenda que la primera empanada chilena fue obra de Doña Inés de Suárez, la mujer que acompañó a Pedro de Valdivia en la conquista, una mujer valiente y decidida que dejó su huella en nuestra historia. Se dice que, en 1540, mientras un grupo de españoles acampaba a orillas del río Mapocho, algunos hablan que en las faldas del cerro Blanco, Doña Inés, con los ingredientes que tenía a mano, preparó unas deliciosas empanadas para saciar el hambre de los expedicionarios.
Y aquí es donde esta preparación da un giro hacia lo nuestro, hacia lo chileno. El relleno, ese guiso jugoso y sabroso que llamamos «pino», tiene su origen en la palabra mapuche «pirru», que se usaba para describir la mezcla de carne picada y cebolla. Una fusión de culturas, una combinación de sabores que da como resultado la empanada que tanto amamos.
Así que, la próxima vez que disfruten una empanada, recuerden que, aunque no nació en Chile, la de pino sí es un invento nuestro. Y al morderla, no solo se saborea un manjar, también se prueba un pedacito de historia. Una de viajes, de encuentros entre culturas y de la creatividad culinaria que surge cuando distintos mundos se mezclan.