El éxito de taquilla mundial y nacional, “Intensamente 2”, nueva película de Pixar, ha generado relatos y conversaciones. La incorporación de nuevas emociones y personajes, sobre todo de “ansiedad”, ha puesto sobre la mesa temas como la educación emocional y la salud mental, interpelando a adolescentes y adultos.

Más que en el análisis de personajes o emociones, quisiera detenerme en que esta película es un recurso útil y adecuado para mostrar y ayudar al mundo adulto a comprender aspectos fundamentales de la dinámica y la vida adolescente, de un modo no patológico ni patologizante.

La trama se desarrolla en un campamento de hockey, escenario que ilustra el gran trabajo del adolescente: la separación del código de los padres, la que pasa necesariamente por un desplazamiento hacia el código de los pares. Françoise Doltó, psicoanalista francesa, señalaba que un adolescente no puede dejar por completo los modelos del entorno familiar sin antes tener modelos alternativos. Estos no son reemplazos, sino relevos necesarios para su desarrollo de autonomía, la que se logrará a través de las heridas en su autoestima, las alegrías, las dificultades y los éxitos que marcarán la vida entre los once y catorce años. Esto es lo que vive Riley, cuya “isla de la amistad” se vuelve progresivamente más grande que la isla de la familia, lo que es un trabajo cansador y caótico por momentos (la presencia de “Ennui” en la película es tan necesaria como la de los otros personajes).

“Val Ortiz” presenta un nuevo ideal de identificación que se impone en la figura de un par, de su mismo género y que gatilla una respuesta -más que una emoción-: la ansiedad, que moviliza a la adolescente a un sinfín de preguntas en torno a cómo debe ser para ser aceptada y poder sobrevivir en este nuevo espacio.

En este reposicionamiento los adolescentes toman un riesgo, deben comenzar a ensayar, muchas veces creyendo que se encuentran en un escenario de todo o nada: “El juego de mañana es todo en la vida”, señala ansiedad en un momento, lo que provoca una tormenta de situaciones posibles y proyecciones en torno a lo que podría salir bien o mal. En este contexto,  ansiedad toma el control de las creencias y acciones que Riley lleva a cabo, poniéndose en juego – tal y como lo dice el título original de la película “Inside out” (de adentro hacia afuera)- una complejización afectiva y moral, donde no siempre las acciones siguen un patrón de lo que los jóvenes han conocido históricamente como «lo correcto” o “lo bueno” y donde la historia que les ha sido enseñada se queda corta de respuestas (lo que se aprecia claramente en la escena en que Alegría llora y señala que no tiene todas las respuestas).

Y bien, ¿qué nos muestra la película en este dilema? Riley, en este camino de ensayos, sufre y, en particular, sufre una crisis de ansiedad en este intento de querer obtener éxitos, ser aceptada y pertenecer a un equipo de relevo. Esta crisis de ansiedad la enfrenta directamente con su vulnerabilidad, donde ella está sola con sus pensamientos, emociones y angustias. Es una escena en que se da cuenta de todo lo que se moviliza en los adolescentes, de la angustia que este proceso de cambio, separaciones y apuestas implica, con un realismo muy bien logrado que deja claro que la asesoría de los adolescentes que tuvo el director durante todo el desarrollo de la película no fue en vano. Pero, más allá de lo que la escena ilustra en términos de síntomas, la enseñanza fundamental se da en la resolución de la crisis: Riley logra calmarse, superar su crisis de ansiedad y volver al campo de juego, ¿gracias a qué?

No hubo un adulto que fuera a darle una enseñanza a Riley para que pudiera volver a jugar, son sus propias amigas, sus pares, quienes la ayudan y contienen. En paralelo a lo que ocurre al interior de su mente, es la solidaridad de grupo la que le permite levantarse y continuar, ponderar lo importante y volver a la calma. Riley, aunque tuvo una crisis, no necesitó ir al consejero ni al psicólogo para que le diera técnicas para no tenerla.

En suma, esta película nos invita -a los adultos- a estar atentos a un funcionamiento que no es el mismo que tuvimos nosotros en nuestra adolescencia, es un proceso nuevo y singular que llevará a los jóvenes a construir su subjetividad; segundo, a confiar en el potencial de los adolescentes a solucionar sus crisis y a notar que no somos los protagonistas de este proceso, sino que acompañantes. A visualizar que hay sufrimiento en el riesgo de buscar nuevos relevos para quienes significaron antes la fuente de todas las respuestas; a vivir el duelo de que ahora no somos quienes tenemos dichas respuestas.

María Pilar Palacios

Psicoanalista, directora Clínica de Atención Psicológica, Campus Casona, Universidad Andrés Bello

 

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