Entre finales de octubre y comienzos de noviembre, los vivos se acercan a los muertos, a través de celebraciones como Halloween o el Día de los Muertos. Fuera de esas fechas, sin embargo, la muerte sigue siendo un tema del que se habla poco. En la escuela y en las familias, suele callarse, como si nombrarla fuera peligroso. Estudios sobre literatura infantil -como los de Maili Ow y su equipo, autores del libro ¿A dónde van los que mueren? – muestran que niños y niñas, al igual que los adultos, viven procesos de duelo que necesitan ser acompañados. Y es ahí donde la literatura puede hacer lo que el silencio no: abrir espacio para entender, acompañar y recordar. Como observa Ow, el mayor potencial de los libros no está solo en lo que cuentan, sino en lo que provocan después: las conversaciones. La lectura compartida —entre adultos, niños y jóvenes— abre la posibilidad de preguntar, narrar y recordar, transformándola en una experiencia de encuentro.
Retomando a Michèle Petit, Ow y sus colegas recuerdan que la literatura “puede concebirse como un espacio seguro en el que se empatiza con experiencias difíciles”. Ow y su equipo también muestran que la comprensión infantil de la muerte no es homogénea. En edades tempranas, las infancias tienden a verla como reversible o temporal (“va a volver”, “está dormido”), mientras que en etapas posteriores, entienden su irreversibilidad y universalidad. Además de las etapas cognitivas, la comprensión de la muerte está mediada por el contexto cultural y familiar. Las respuestas de los niños y niñas cambian según el modo en que su comunidad da sentido a la pérdida.
Ahora bien, los investigadores también son claros al señalar que la lectura no debe entenderse solamente como una terapia, sino también como una vía para la educación emocional y estética. En este proceso, la forma en que los libros representan la muerte es fundamental. Los textos que la abordan de manera poética o metafórica —como el sueño, las estrellas o el recuerdo— permiten a los niños explorar emociones difíciles, sin sentir miedo o sin una visión moralizante. No buscan dar respuestas cerradas, sino abrir un espacio simbólico donde la pérdida pueda ser comprendida desde la imaginación.
Hay diferentes obras infantiles que son de este tipo. Una primera recomendación es “La isla del abuelo”, de Benji Davies. Simón acompaña a su abuelo a una vibrante y colorida isla donde comparten un día maravilloso. Cuando llega el momento de regresar, el abuelo decide quedarse. Es una historia que ayuda a hablar de la pérdida sin miedo ni dramatismo. Una segunda recomendación es “Mensajes” de Fabián Rivas. Este libro álbum aborda la muerte desde la mirada de un niño que vive en un mundo en blanco y negro hasta que, junto a su madre, va recuperando los colores, en la medida en que aparecen los mensajes de su “Yoya”. Estas notas, que son también recuerdos, lo acompañarán para siempre y son los que le devuelven la alegría. Una tercera recomendación es “La tristeza de las cosas” de María José Ferrada. Este poemario evoca las huellas de quienes desaparecieron, recordando que en lo pequeño —una taza, un abrigo, un reloj detenido— también habita la historia política y humana de un país.
En cada cultura, la muerte tiene su propio relato. Para los niños y niñas, leer sobre la muerte es también una forma de empoderamiento: es validar que ellos y ellas también piensan en estos temas complejos y que sus sentimientos y formas de experimentar son experiencias válidas y ricas. La literatura nos puede ayudar a imaginar lo que sigue y a construir sentidos propios frente a la pérdida
 





















