Hace 136 años nacía Lucila Godoy, mundialmente conocida como Gabriela Mistral. Y aunque lo que le lanzó a la fama fue el premio Nobel de Literatura, recibido en el 1945, su vocación primigenia fue la educación. Maestra rural y directora de liceos, hizo de esa labor su poesía más acabada. Con sus versos daba voz a innumerables realidades: unas aparentemente prosaicas, otras más complejas, pero, sobre todo, a su relación con la chiquillería en los colegios, donde les ayudaba a desplegar lo mejor de sí. No en vano llegó a afirmar que “Mi sensibilidad, mi pequeña cultura, mis grandes entusiasmos, todo lo he dado a la educación”. Ese cuidado hacia sus escolares lo demostró con su célebre frase: “La infancia merece cualquier privilegio”. Precisamente porque vivió en el Valle del Elqui en carne propia una dura niñez fue especialmente sensible hacia los más vulnerables, con quienes derrochó actitudes de respeto, acogida e inclusión. Poetisa, sí, pero sobre todo educadora que hizo carne un profundo respeto hacia cada persona, en quien descubría, por qué no decirlo, la imagen y semejanza del Dios que a ella le dio la vida.
Esther Gómez
Directora Nacional Formación e Identidad, Santo Tomás