- Tras revisar investigaciones en el área de la lectura, particularmente aquellas que abordan las estrategias que favorecen el desarrollo de la comprensión lectora en el sistema escolar, surgen ciertas reflexiones que resultan inquietantes. Si se toman en cuenta los resultados de las pruebas estandarizadas que evalúan las habilidades lectoras del estudiantado a nivel nacional, es posible concluir que se lee poco o, en caso de que se lea, se hace de mala manera.
A esto se suma otro factor: los intereses de lectura de la población escolar son bastante variados y, para algunos, podría dar la impresión de que aquello que el alumnado prefiere leer no es significativo, al menos si se considera el canon literario que históricamente ha definido la formación lectora. En este contexto, la lectura de poesía —y las experiencias asociadas a su escritura— quedan supeditadas, casi exclusivamente, a la etapa escolar. Solo una minoría continúa explorando este género en otros espacios, como los talleres literarios o de lectura.
En otro tiempo, se decía con convicción: “Chile es un país de poetas”, o por lo menos eso se creía al evocar a grandes referentes como Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Sin embargo, el atractivo y la práctica de la poesía parecen hoy menos comunes que en épocas pasadas.
Esto plantea una pregunta esencial: ¿qué espacio tiene hoy el ejercicio de la poesía en una sociedad cuyas prácticas de lectura y escritura adquieren, de manera dinámica, nuevos significados? Leer y escribir son habilidades situadas, es decir, tienen sentido dentro de un contexto particular, por lo que es comprensible que ya no se lea como antes. Sin embargo, eso no implica que se deba relegar la poesía al olvido.
La manera en que la poesía se instala como una forma de interacción es valiosa. Permite representar las voces de quienes encuentran desafiante el uso del lenguaje poético como forma propia de expresión. La poesía permite, de algún modo, situarnos en las experiencias, emociones e imaginarios de otros y, a su vez, en los de uno mismo. Al vivir versos como “Hay golpes en la vida, tan fuertes, ¡yo no sé! Golpes como el odio de Dios (…)”, el lector no solo empatiza con la voz del hablante, sino que accede a una imagen universal que evoca la historia de muchos.
Conmemorar la poesía no debiese ser una acción esporádica. Más bien, se vuelve una necesidad imperiosa: un recordatorio de las formas de expresión posibles para mirar a la humanidad en un sentido pleno, tanto desde lo colectivo, como desde la singularidad de cada individuo.