- La idiosincrasia de un país se construye en sus calles, historias, costumbres y, sobre todo, en su música. Hay voces que no solo interpretan canciones, sino que se entrelazan con la vida cotidiana de un pueblo, transformándose en símbolos de identidad, en ecos de una memoria colectiva.
Patricio Zúñiga pudo ser un hombre común, un cantante aficionado que le gustaba actuar en celebraciones familiares en Doñihue y en las fiestas de la vendimia, pero el futuro le tenía preparado otro destino, el de encarnar al padre de la cumbia de Chile, el de convertirse en Tommy Rey.
Desde sus primeros pasos en escenarios humildes, hasta su transformación en el alma del baile en nuestro país, la música de Tommy acompañó celebraciones, amores despechados y reencuentros. Con su estilo inconfundible, hizo de la cumbia un lenguaje propio, cercano y entrañable. Su voz no solo animaba festejos, era la melodía de los barrios, la banda sonora de navidades, años nuevos, matrimonios, fondas interminables, y el cierre de festivales y teletones.
Este jueves el país despertó con la noticia de su partida, un golpe inesperado que dejó en silencio a la música tropical chilena. A los 80 años, Tommy Rey cerró sus ojos para siempre y desde esa opacidad también cerró los oídos de una nación para iniciar desde el mutismo su duelo.
En un acto de respeto y amor, su agrupación anunció que no habrá una Sonora de Tommy Rey sin él. Porque su esencia no era solo una voz, sino el espíritu mismo de la orquesta, el timón de esa embarcación festiva que navegó por décadas en el corazón de Chile y que hoy inicia otra marcha.
Las muestras de cariño han sido innumerables. Desde músicos hasta familias anónimas que crecieron con sus canciones, todos han querido despedirlo con el mismo entusiasmo con el que entregaba su arte. Se le recuerda no solo por sus letras y melodías, sino por su sencillez, su carisma y su inquebrantable compromiso con la alegría de su gente.
Porque Tommy Rey no fue solo un cantante, fue un compañero de ruta en la historia del país. Un hombre que, con su inconfundible carisma y sonrisa bonachona, convirtió la cumbia en patrimonio emocional de generaciones. Y aunque hoy su voz se haya apagado, su registro y recuerdos seguirán reverdeciendo cada vez que alguien alce un vaso para brindar, cada vez que una pareja aprenda sus primeros pasos de baile, cada vez que el calendario anuncie que un año más se nos va.
Este fue el legado insigne de un timbre vocal tan valioso como el ánimo que su sonora inyectaba en todos los corazones ansiosos de baile y gozo. Después de ochenta años Tommy cuelga el micrófono para embarcarse en su propia travesía de silencio. El galeón español que siempre llegaba a puerto con su estampa señera y al aire su bandera, esta vez levanta anclas para no volver, y esa estela, que dejaba en el mar, después de sesenta años de trayectoria, acaba de esfumarse. Y aunque el sonido de sus aparejos y rose de trinquete seguirá resonando y envolviendo los corazones de un país, en el timón su brioso capitán se despide para no volver.
Pero el legado de Tommy, con toda seguridad, seguirá en cada acorde, en cada risa y en cada noche interminable de celebración. Porque la música que une corazones nunca muere, y la cumbia, al menos en Chile, siempre tendrá su nombre grabado en el alma.