Por Dra. María Paz Acuña-Ruz, académica Facultad de Ingeniería y Ciencias UAI.

En el encierro de la pandemia descubrimos algo que parecía evidente: la naturaleza es indispensable para la salud mental y física. La evidencia lo confirma. Un estudio publicado en Science of the Total Environment mostró que el contacto con áreas verdes durante el confinamiento se asoció con menores niveles de ansiedad y depresión (Pouso et al., 2021). Una revisión identificó sistemáticamente que la exposición a naturaleza en pandemia se vinculó con mejor bienestar psicológico y menor estrés (Patwary et al., 2024). Incluso en Chile, investigaciones de organizaciones sociales subrayaron que las plazas y parques fueron lo más valorado y extrañado por las comunidades urbanas en ese período.

Ese aprendizaje fue visceral: sin aire limpio, sin parques, sin naturaleza, la vida urbana se volvió asfixiante. Lo que dábamos por obvio se volvió esencial. ¿cómo es posible que, apenas salimos del encierro, lo olvidáramos tan rápido?

Cada 2 de octubre, Chile conmemora el Día Nacional del Medio Ambiente. Nuestro país enfrenta tres crisis simultáneas: cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación. Las sequías prolongadas golpean la agricultura y el consumo humano; la contaminación atmosférica afecta a millones en ciudades como Santiago, Temuco o Coyhaique; y la desaparición de hábitats amenaza especies únicas, desde el huemul hasta los bosques de alerce. El diagnóstico no admite negación.

Y, sin embargo, en la agenda pública estos temas siguen relegados a un segundo plano.

Un análisis comparado de los programas presidenciales 2025 muestra un panorama inquietante. Si bien algunas candidaturas incorporan metas más concretas en mitigación climática, neutralidad de carbono al 2050, electromovilidad, cierre progresivo de termoeléctricas; la mayoría reduce lo ambiental a una nota al pie.

Otros programas subordinan la sostenibilidad a ideologías o intereses productivos: desde la industrialización forzada hasta la eliminación del Ministerio de Medio Ambiente. Lo transversal es preocupante: la biodiversidad, la calidad del aire y la participación ciudadana prácticamente brillan por su ausencia.

En otras palabras, lo que más sentimos en carne propia: la pérdida de entornos sanos y vitales es lo que menos atención recibe en la política.

Quizás aquí se revela una paradoja humana. Tememos más a las enfermedades inmediatas que a la degradación lenta de nuestro entorno. Las epidemias nos estremecen, mientras que el colapso ambiental parece un riesgo difuso, siempre aplazable.

Pero el aire que respiramos, el agua que bebemos y la estabilidad climática que sostiene nuestros alimentos son también condiciones de salud y de vida. Y cuando estos pilares se resquebrajan, las consecuencias son tan letales como una pandemia.

El Día Nacional del Medio Ambiente no puede ser solo una postal simbólica. La verdadera inconsciencia es creer que podemos seguir postergando la acción ambiental sin pagar el precio. No olvidemos lo que aprendimos en el encierro: sin naturaleza, simplemente no hay salida.

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