En Chile, la deserción no ocurre de un día para otro: se entrelaza con ausentismo crónico, caída del rendimiento, conflictos y señales de malestar en la sala de clases. Sin embargo, en la recta final del año, aún es posible prevenir esta situación.

A nivel nacional, el indicador de valor es la inasistencia grave: asistencia promedio < 85%. Tras la pandemia, aumentó con fuerza y sigue siendo elevada en comparación con 2019. Este umbral es práctico porque marca el inicio del desapego escolar y se asocia con peor rendimiento y mayor probabilidad de abandono.

A nivel internacional reciente, los análisis comparados de la OCDE subrayan el vínculo asistencia ↔ bienestar y recomiendan políticas escolares que integren salud mental y gestión de asistencia para revertir la tendencia.

Según explica Camila Ovalle, psicóloga clínica y fundadora de bow.care, “antes de prevenir una posible deserción escolar es importante detectar: los colegios que miran con datos simples y actúan en base a ellos, logran bajar inasistencia grave y mover estudiantes desde riesgo medio a bajo. La pregunta ya no es si se puede, sino cómo lo hacemos aquí, ahora”.

Ahora bien, ¿Cuánto de la deserción se explica por salud mental? La evidencia internacional estima que de hecho entre el 10% y el 40% de los abandonos pueden atribuirse problemas como depresión, ansiedad, conducta/disrupción, consumo.

Para Ovalle, si entre 10–40% de la deserción es atribuible a salud mental, “el mayor retorno está en detectar y acompañar antes de que el ausentismo se consolide”.  Ante esto, la profesional de bow.care entrega algunas recomendaciones.

1) Identificar: Levantar una foto rápida por curso que cruce asistencia con indicadores de riesgo psicosocial con medición focalizada en ejes como ansiedad, estado de ánimo, autoestima académica, estrés y riesgo digital. El objetivo no es medicalizar, sino priorizar: ¿quiénes combinan riesgo psicosocial + ausencias? Ese combo es el que más anticipa abandono si no se acciona apoyo.

2) Vincular y contener: Conversaciones breves y regulares (10–15 min) con un adulto significativo, tono empático y metas quincenales (llegar a primera hora, recuperar evaluaciones, rutinas de sueño). Además, la evidencia indica que síntomas depresivos/ansiosos sostenidos duplican el riesgo de abandonar. Incluso, si coexisten con conducta disruptiva, el riesgo puede multiplicarse por 4. Una contención temprana baja ese riesgo.

3) Alinear redes de apoyo: El alumno al centro. La red puede estar en familia o fuera: profesor jefe, dupla psicosocial, tutor par, salud primaria, programas sociales. Una coordinación, un responsable y tan solo un acuerdo por semana logran cambios simbólicos en el proceso de vinculo con el establecimiento educacional.

4) Monitoreo y ajuste: Una reunión corta, una hoja simple: qué mejoró, qué falta, quién hace qué. Nos guiamos por asistencia y evolución del riesgo. Si el plan no resultó, probamos otra acción inmediata (tutor par, contacto familiar, refuerzo en primera hora), cuyo objetivo es dar pequeños avances sostenidos cada 15 días. Pero la clave es hacerlo escalable y sin burocracia: con una lista priorizada, estado de cada estudiante y dos decisiones por curso para las próximas dos semanas.

La prevención efectiva no es tardía ni dispersa, sino que es focal, medible y escalable. Cuando este circuito se instala, los equipos dejan de apagar incendios y empiezan a anticiparse y eso se nota en diciembre: menos inasistencia grave, más promoción y más re-matrícula efectiva.

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Equipo Prensa
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