• En un momento donde es más común ver a una persona con un teléfono inteligente que con un libro, diversos teóricos de la tecnología aplicada al ámbito social han creado una serie de etiquetas para poder reflejar el nivel de uso de la tecnología, especialmente en los más jóvenes. Conceptos como nativos, huérfanos, residentes, visitantes y migrantes digitales, son cada vez más frecuentes en nuestro vocabulario.

Como sociedad nos hemos apresurado a celebrar a los «nativos digitales», concepto acuñado por Marc Prensky el 2001, jóvenes que teóricamente manipulan pantallas táctiles antes de aprender a hablar, y que poseen una aparente fluidez tecnológica, pero, se ha demostrado que tienen un nivel de alfabetización digital poco coherente: mientras son capaces de crear videos para redes sociales en cuestión de segundos, se les dificulta adjuntar un archivo en un correo electrónico, producto de que no cuentan con  un aprendizaje formal en tecnología.

Más preocupante aún es la existencia de los «huérfanos digitales», fenómeno que deriva también de la propuesta de Prensky, con dos caras igualmente alarmantes: por un lado, jóvenes con smartphones último modelo, pero sin una guía adulta que los oriente en un ecosistema digital repleto de riesgos; y por otro, niños particularmente acompañados y con alto acceso a la red y dispositivos tecnológicos, pero emocionalmente abandonados por padres que descansan su responsabilidad en estas herramientas. Ambos temas se podrían abordarse con una formación en tecnología concreta dentro del currículum escolar, asociado a un uso técnico, pero también éticamente responsable y que obviamente atienda los temas socioemocionales.

Entre estos extremos se localiza a los «residentes digitales», término introducido por David White y Alison Le Cornu y que hace referencia a las personas con alta participación en la red, que son capaces de socializar y compartir, por ejemplo, a través de redes sociales donde se sienten cómodos. También se encuentran los «visitantes digitales», usuarios pragmáticos que entran y salen del mundo virtual según su necesidad. Esta taxonomía no es un mero ejercicio académico, dado que lo que está detrás de cada etiqueta, constituye un desafío educativo y social, donde se requiere de un sistema que no solo enseñe utilizar aplicaciones, sino que forme ciudadanos críticos y conscientes.

El verdadero abismo digital ya no está entre quienes tienen o no tienen acceso a internet, sino entre quienes poseen o carecen de las habilidades para navegar con criterio en un océano de información, desinformación y manipulación, y aprovechar las ventajas de la tecnología, para lo cual es clave una formación desde la época escolar, considerando que en tiempos de inteligencia artificial, se hace sumamente necesario.

Por ello, la próxima vez que observemos a un joven absorto en su teléfono, nos debemos preguntar: ¿estamos ante un nativo digital competente o frente a un huérfano digital vulnerable? La respuesta probablemente definirá el futuro de nuestra sociedad.

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Equipo Prensa
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