José Pedro Hernández 

Historiador y académico de Universidad de Las Américas

Dicen que los grandes momentos de la historia están llenos de detalles pequeños, casi absurdos. Y el 12 de abril de 1961 no fue la excepción. A bordo de una cápsula tan apretada como una lata de jurel, un joven piloto soviético de sonrisa luminosa y 1,57 metros de estatura (el máximo permitido para entrar en la nave) se convirtió en el primer ser humano en orbitar la Tierra. Su nombre, Yuri Gagarin. Su frase antes del despegue: “¡Poyekhali!” (¡Allá vamos!).

Era la Guerra Fría. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban el liderazgo tecnológico del mundo. La carrera espacial no era solo una cuestión científica, sino también de propaganda, superioridad y orgullo nacional. En ese contexto, enviar un hombre al espacio era tan simbólico como arriesgado. El cohete Vostok I había tenido tantos fracasos como aciertos, la cápsula no tenía sistema de control manual (aunque había una llave, por si acaso debía maniobrar, la que estaba guardada en un sobre cerrado) y la misión respondía preguntas que hoy nos parecerían básicas, como:¿puede un humano sobrevivir al espacio?

Gagarin era el candidato ideal. No solo por su talla, capacidad intelectual y resistencia física, sino por su carisma sencillo. Provenía de una familia humilde, había trabajado en una fábrica de tractores, y durante la Segunda Guerra Mundial ayudó a esconder a un piloto soviético derribado. Aquel episodio infantil marcó su vocación de querer volar. Y así fue, voló y voló más allá que cualquier otro humano y pudo volver.

Al reingresar en la atmósfera, fue eyectado de la cápsula y descendió en paracaídas en un pueblo remoto. Una campesina lo vio, vestido con un traje naranja brillante y casco blanco, y pensó que era un extraterrestre. Gagarin, con una sonrisa que atravesaba continentes, respondió: “Sí, pero no se asuste, soy soviético”.

El viaje duró 108 minutos. Lo suficiente para cambiar la historia. En plena tensión geopolítica, Gagarin no solo abrió las puertas del espacio, también conquistó algo más intangible, la imaginación del mundo.

Paradójicamente, la misma URSS que lo lanzó al estrellato decidió no arriesgarlo nunca más. Después del trágico accidente de la Soyuz 1, en el que murió su compañero Komarov, se le prohibió volar otra vez. El “hombre nuevo” soviético debía ser preservado a toda costa. Sin embargo, el destino se impuso, en 1968, Gagarin murió en un accidente aéreo durante un vuelo de entrenamiento. Tenía solo 34 años.

Este personaje histórico representa esa mezcla única de coraje, incertidumbre y esperanza que define los grandes hitos de la humanidad. Su aventura no fue perfecta, pero sí real, heroica y profundamente humana. En una época en que todo podía salir mal, salió bien. Y desde entonces, cada vez que miramos al cielo, sabemos que es posible llegar más allá.

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