• El reciente corte de energía evidenció cómo la cohesión social y la información confiable influyen en la respuesta ante emergencias. La educación y la prevención son claves para fortalecer la resiliencia comunitaria.

El apagón que recientemente afectó a gran parte del país puso a prueba la capacidad de respuesta de la sociedad ante situaciones imprevistas. En la Región del Biobío, la interrupción del suministro eléctrico se prolongó por más de seis horas, generando incertidumbre y un escenario complejo en bencineras, paraderos y calles. Las aglomeraciones y la tensión fueron evidentes, lo que llevó a la instauración de un toque de queda. Como parte de esta medida, más de 1.300 efectivos entre Fuerzas Armadas y policías se desplegaron para reforzar la seguridad y controlar posibles altercados. En este contexto, se registraron 33 detenciones por infringir la restricción de movilidad y cometer otros delitos. Aunque este tipo de cortes no se compara con desastres naturales como terremotos o maremotos, sigue representando una crisis que altera la rutina y exige respuestas tanto individuales como colectivas.

Desde una mirada sociológica, este tipo de eventos permite analizar cómo la organización social, el acceso a la información y las condiciones estructurales influyen en la manera en que las personas reaccionan. Así lo indica Francisco Fuentes, Director del Centro de Análisis y Debate Público de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), quien señala que la percepción de seguridad, la cohesión comunitaria y la confianza en las instituciones son factores determinantes en las distintas respuestas observadas, que van desde la cooperación hasta episodios de descontrol y violencia.

Según Fuentes, no todas las comunidades reaccionan de la misma manera frente a una crisis. “Las que tienen mayor nivel de organización logran mitigar mejor los efectos emocionales y materiales del evento, mientras que aquellas menos cohesionadas suelen experimentar más ansiedad, estrés e incluso conductas de pánico”. Además, destaca el rol de los medios de comunicación en la construcción de la percepción de crisis. “Transmitir información clara, precisa y confiable contribuye a reducir la sensación de caos. En cambio, la difusión de rumores o mensajes alarmistas puede intensificar el desorden social”, enfatiza.

Otro aspecto relevante es el impacto de las desigualdades en la forma en que distintos grupos enfrentan emergencias. Estudios han demostrado que el nivel socioeconómico y la educación inciden en la capacidad de respuesta ante situaciones críticas. En comunidades con mayores niveles de vulnerabilidad, las crisis pueden afectar gravemente la estabilidad social, dando pie a comportamientos como saqueos o enfrentamientos con las fuerzas de orden. “Las comunidades con mejor acceso a educación y mayor estabilidad económica tienden a ser menos reactivas en estos escenarios, mientras que en zonas más desfavorecidas se observan respuestas más impulsivas y disruptivas”, explica Fuentes.

Eventos como este dejan lecciones sobre la importancia de fortalecer la cohesión social y la cultura de prevención. Para Fuentes, hay dos líneas de acción prioritarias: “Por un lado, el Estado debe asegurar mecanismos de prevención eficaces, como redes de comunicación y sistemas de alerta temprana. Por otro, es fundamental promover la educación en gestión de crisis, para que la población esté mejor preparada y pueda reducir el impacto negativo de estas situaciones”. 

Disponer de planes de acción y fortalecer la resiliencia comunitaria permite enfrentar crisis de manera organizada. Situaciones como esta dan cuenta de la importancia de la preparación, la educación cívica y la prevención para responder eficazmente a emergencias.

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