Fabiola Lobos Académica Instituto Matemática, Física y Estadística Universidad de Las Américas, Sede Concepción

En abril se conmemora el Día Mundial de la Creatividad y la Innovación, fecha que invita a reconocer el motor fundamental de todo avance científico y tecnológico: la creatividad; esto es, la capacidad de imaginar lo que aún no existe, de plantear nuevas preguntas, de diseñar soluciones que desafían lo establecido y de adaptar y transformar ideas previas. En un mundo marcado por crisis climáticas, transformaciones sociales aceleradas, desigualdades persistentes y la necesidad de respuestas rápidas y eficientes, la creatividad se vuelve una prioridad ineludible.

En el ámbito científico, el trabajo investigativo suele asociarse a la lógica, objetividad y rigurosidad. Sin embargo, esta visión tiende a relegar a un segundo plano su dimensión más esencial: la creatividad. Toda hipótesis novedosa, experimento disruptivo o solución transformadora, surge a través de métodos de transformación, adaptación y replicación, es decir, del proceso creativo impulsado por la curiosidad, el pensamiento crítico y el deseo de explorar lo desconocido.

La creatividad no florece en el vacío; requiere entornos que la estimulen, valoren la diversidad de perspectivas y garanticen condiciones equitativas para que todas las personas puedan aportar. En este contexto surgen desafíos urgentes, especialmente en torno a la brecha de género en los campos de la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM). Si bien se han logrado avances en la inclusión dentro de las disciplinas científicas, persisten barreras estructurales y culturales que limitan una participación plena. Esta desigualdad genera pérdidas: cuando se excluyen voces, se pierden ideas; cuando no se escuchan nuevas preguntas, la ciencia se empobrece. La creatividad prospera en la diversidad, y el conocimiento se enriquece cuando se construye desde la colaboración y la equidad.

Fomentar la creatividad científica y tecnológica exige, por tanto, actuar desde los primeros años. Es en la infancia donde nace la curiosidad genuina, y estimular esa inquietud temprana resulta clave para formar mentes innovadoras, capaces de imaginar soluciones distintas a los desafíos del mundo.

Se necesitan entornos educativos que valoren la exploración por sobre la repetición de tareas, que ofrezcan espacios para experimentar, equivocarse y volver a intentar. Instancias  donde niñas y niños puedan asumir roles de inventores, científicos o diseñadores, y donde la creatividad no se limite al arte, sino que atraviese también la matemática, física, biología, ingeniería y otras disciplinas.

La innovación, entendida como la capacidad de generar soluciones con impacto, no surge de manera aislada; se nutre de la diversidad de experiencias, de la colaboración interdisciplinaria y del impulso colectivo por mejorar el mundo que habitamos. Y es precisamente esa innovación con propósito -social, ambiental, educativa- la que produce transformaciones reales.

Celebrar el Día Mundial de la Creatividad y la Innovación implica algo más profundo que conmemorar los grandes hitos del pasado: es también un llamado a construir un futuro más justo, inclusivo y creativo; un futuro donde la ciencia se abra a todas las miradas, donde la imaginación no tenga límites y donde todas las personas, desde la infancia, puedan contribuir al conocimiento y a la transformación que el mundo necesita.

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Equipo Prensa
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