Francisco Pérez Académico Escuela de Pedagogía en Educación Diferencial Universidad de Las Américas

En el actual contexto educativo chileno, marcado por la importancia de la inclusión y el respeto a la diversidad, el debate en torno al canon literario en los establecimientos educacionales cobra una renovada vigencia. La selección de obras que integran el currículum formal y los planes de lectura, no solo responde a criterios estéticos o históricos, sino que también configura imaginarios culturales, instala jerarquías simbólicas y modela la sensibilidad lectora de las y los estudiantes.

Si bien el canon literario cumple una función relevante en la transmisión de una herencia cultural común, al ofrecer obras que han marcado hitos en la literatura universal y nacional, su aplicación sin una reflexión crítica puede limitar el acceso al estudiantado a textos que dialoguen con sus experiencias e intereses. En este sentido, los docentes que imparten las asignaturas de Lenguaje y Comunicación o de Lengua y Literatura, según el nivel educativo, tienen la responsabilidad de actuar no como curadores de su propio gusto literario, sino que como mediadores culturales conscientes de la heterogeneidad del aula. Esta tarea requiere, además, trabajar de manera articulada y colaborativa con especialistas en educación diferencial, a fin de incorporar la diversidad de estudiantes presentes en el aula, en la selección de textos.

El problema surge cuando esta selección se transforma en un ejercicio arbitrario, condicionado más por las preferencias personales del profesorado que por criterios pedagógicos o formativos. Obras complejas, alejadas del universo simbólico del alumnado, se imponen sin mediaciones adecuadas, generando desafección lectora y alejamiento de la literatura. Este fenómeno se agudiza en contextos donde coexisten alumnos con trayectorias lectoras diversas, niveles de comprensión disímiles y marcos culturales distintos, pudiendo generar un desencanto con la lectura.

Es imprescindible que quienes enseñan literatura desarrollen herramientas para construir itinerarios de lectura que dialoguen con el canon, pero que también lo tensionen e interroguen. La inclusión de autorías diversas, voces femeninas, narrativas indígenas, afrodescendientes, contemporáneas o juveniles, no debilita la calidad de la enseñanza literaria, sino que la enriquece y la democratiza. Como ha señalado en algunas de sus obras literarias la académica Michèle Petit; “leer no es una actividad neutra, es un acto que involucra al sujeto entero y sus vínculos con el mundo”.

La literatura escolar no puede seguir siendo el espejo de un canon cerrado, patriarcal y monocultural. En su lugar, debe proponerse como un espacio dialógico que permita a los estudiantes no solo conocer “grandes obras”, sino también reconocerse en las historias que leen. Este equilibrio entre tradición y apertura es, sin duda, uno de los grandes desafíos que enfrenta la enseñanza literaria contemporánea en nuestras aulas.

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Equipo Prensa
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