En los próximos días terminará el plazo de la consulta pública abierta por el Ministerio de Educación para quienes estén interesados en aportar a la propuesta de Actualización Curricular para los niveles de 1° básico a II medio.

En medio de los desafíos educativos que enfrenta Chile, la actualización curricular emerge como una necesidad imperativa para garantizar una educación de calidad y pertinente a estos tiempos. En este sentido, es fundamental reflexionar críticamente sobre la importancia de adaptar nuestro currículum, así como asegurar políticas públicas efectivas en el ámbito educativo.

La actualización curricular también es crucial para promover la equidad y la inclusión en la educación. Un currículum desactualizado puede perpetuar desigualdades y dejar atrás a grupos marginados o excluidos. Por ello, es fundamental garantizar que el currículum refleje la diversidad cultural, étnica, lingüística y socioeconómica de la sociedad chilena, y que brinde oportunidades equitativas de aprendizaje para todos los estudiantes.

Además, puede contribuir a mejorar la calidad de la educación y el rendimiento académico de los estudiantes: un currículum relevante y actualizado puede motivar el aprendizaje, fomentar el pensamiento crítico y creativo, y preparar a los estudiantes para enfrentar los desafíos del mundo real. Asimismo, puede promover una educación más centrada en el desarrollo de habilidades blandas, como el trabajo en equipo, la comunicación efectiva y la resolución de problemas, que son fundamentales para el éxito en el mundo laboral y la vida cotidiana.

Cuando hablamos de la importancia que tiene la actualización curricular, es relevante también preguntarnos, ¿cuál es el modelo curricular que subyace a esta idea de un currículum que es capaz de adaptarse a los cambios, que puede transformarse y más aún anticiparse al dinamismo del mundo actual y ser proactivo en su propuesta formativa? 

Desde una mirada disciplinar, entendiendo el currículum como una disciplina que forma parte de las Ciencias de la Educación y desde su definición, nos encontramos con distintas perspectivas para conceptualizar lo que es el currículum y de qué manera cumple con su función en la sociedad. Partiendo de la idea de que es una selección de los contenidos culturales relevantes que una sociedad determina que deben ser aprendidos por las nuevas generaciones -entendiendo estos contenidos desde su tridimensionalidad del saber conocer, el saber hacer, el saber ser y convivir-, siempre implica una decisión el cómo se organizan y estructuran estos saberes para ser enseñados, dando lugar a modelos curriculares más o menos prescriptivos y  abiertos a la participación de sus distintos actores en su construcción. 

Atendiendo a lo anterior, la necesidad permanente de actualización curricular requiere de una concepción del currículum como un constructo dinámico, que se transforma, pero que también, al ser capaz de actualizarse, transforma la realidad educativa. Esto nos remite a la idea del currículum educativo como un proyecto que se construye con la participación de los distintos actores en los diferentes niveles de concreción en que este se realiza. 

Uno de los grandes teóricos del currículum desde un enfoque actualizado y comprensivo, Lawrence Stenhouse (1975), citado por Barraza (2018), lo definía como una tentativa para comunicar los principios y rasgos esenciales de un propósito educativo, de forma tal que permanezca abierto a discusión crítica y pueda ser trasladado efectivamente a la práctica. Este pedagogo inglés y teórico de la educación, apostaba por un papel activo de los docentes en la investigación educativa y el diseño curricular. En esta misma línea, una interesante definición la entrega el académico y docente español Juan Manuel Álvarez Méndez (1985), quien plantea que el currículum educativo debe ser entendido como proyecto y como proceso que conlleva a una concepción de la enseñanza aprendizaje como una actividad crítica de investigación y de innovación constantes, asegurando el desarrollo profesional del docente. 

Otros autores clásicos en el ámbito del currículum educativo como César Coll (1994) y Miguel Ángel Zabalza (2015) también destacan su sentido de proyecto que preside las actividades educativas escolares, precisa sus intenciones y proporciona guías de acción adecuadas y útiles para los profesores, quienes tienen la responsabilidad directa de su ejecución. Zabalza plantea el concepto de currículum como “un proyecto formativo integrado”, es decir, un plan pensado en su totalidad desde su concepción y que debe ser formalizado públicamente, lo cual implica un compromiso social. Su sentido formativo, además, implica la mejora de quienes participan de él como finalidad última. Al ser integrado, significa que debe contar con una coherencia interna, por lo tanto, no es “un amontonamiento de conocimientos y experiencias sino el proceso con una adecuada estructura interna y una continuidad que es capaz de promover el máximo desarrollo (personal y profesional) de los estudiantes” (Zabalza, 2015. Pág. 6).  

Como podemos apreciar, desde la literatura, variados autores reconocidos como clásicos en la disciplina curricular nos transmiten la idea del currículum educativo como un proyecto que se va construyendo en función de propósitos educativos que emanan de una discusión crítica de los distintos actores educativos, en especial los docentes, quienes tienen un rol de investigadores en la acción, identificando necesidades y oportunidades de innovación y mejora en un contexto social y cultural cambiante. A ellos se les reconoce, también, un importante rol en la construcción y diseño curricular. 

Las concepciones anteriores nos ratifican la relevancia que tiene la actualización curricular para que, efectivamente, la sociedad pueda cumplir con sus propósitos educativos. Sin embargo, para que esto se haga posible es fundamental relevar la importancia que tienen las políticas públicas en garantizar este rol del currículum y hacer posible la participación de los distintos actores en los diferentes niveles de concreción de las intenciones educativas, desde el nivel macro o nacional, pasando por el nivel meso o institucional, para llegar al nivel micro o de aula. 

Evidentemente, estas políticas deben estar orientadas hacia la mejora continua y la equidad, lo cual implica desarrollar espacios que promuevan la participación de todos los actores educativos en la toma de decisiones, así como la asignación adecuada de recursos y la implementación efectiva de programas y proyectos educativos.

Es crucial, también, que las políticas públicas en educación sean coherentes, integrales y sostenibles a largo plazo, basadas en evidencia científica y buenas prácticas, y que sean evaluadas de manera regular para asegurar su eficacia y relevancia. Esto requiere un compromiso firme por parte de las autoridades educativas y una visión compartida de los objetivos y prioridades del sistema educativo.

La actualización curricular requiere de una concepción dinámica del currículum por parte de todos los actores involucrados, como un proyecto que parte desde propósitos educativos determinados, que entrega lineamientos para su ejecución, pero que, a la vez, permanece abierto al análisis constante y a la discusión crítica que le permite ajustarse, cambiar, transformarse y transformar su entorno. 

El aseguramiento de políticas públicas efectivas es fundamental, otorgando los espacios e instancias para la participación de los diferentes actores, entregando los recursos respectivos para sustentar los cambios que se requiera realizar y asegurando un marco de desarrollo profesional a los docentes, para que puedan cumplir su rol no sólo de ejecutores de la enseñanza, sino de investigadores y constructores en los procesos de actualización curricular.  

Juan Pablo Catalán y Victoria Peña, académicos Facultad Educación y Ciencias Sociales, Universidad Andrés Bello 

Carla Olivares, académica Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación 

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