Por Marcela Arellano Ogaz, Vicerrectora Académica, Instituto Culinary. Miembro del Consejo Asesor para la Estrategia Nacional de Educación Superior Técnico-Profesional

Agosto es, desde hace más de ocho décadas, una oportunidad para poner en valor la formación técnico-profesional (TP) como un aporte estratégico para el desarrollo del país. La conmemoración surge en el sistema escolar, pero hoy convoca también a instituciones de educación superior, empresas y comunidades de todo Chile. Y es una buena noticia que así sea: en un mundo atravesado por profundas transformaciones tecnológicas, culturales, sociales y productivas, la formación de técnicos y profesionales comprometidos con su entorno es un elemento clave para el progreso sostenible.

En tiempos de digitalización, automatización y transición energética, la TP se ha consolidado como uno de los principales motores de empleabilidad, innovación y emprendimiento. Según el Foro Económico Mundial (2025), el 39% de las competencias actuales se transformarán en los próximos cinco años; por eso, no se trata solo de promover la inserción laboral, sino de entregar herramientas para adaptarse a contextos cambiantes y aportar al desarrollo territorial con conocimiento especializado. Esa es una de sus grandes fortalezas: la conexión permanente con los sectores productivos y las necesidades reales de las regiones.

En este escenario, vale la pena detenerse en un sector que refleja particularmente bien esta evolución: la alimentación y las artes culinarias. Este rubro vive una verdadera revolución, con Chile posicionándose como líder regional en innovación alimentaria. El reciente Catálogo de Innovación Alimentaria 2024, que destaca 50 productos desarrollados a partir de tecnologías avanzadas y materias primas locales, es un buen ejemplo. Iniciativas como NotCo, AgroUrbana o Wild Foods muestran que artes culinarias y ciencia aplicada pueden generar valor agregado, nuevos modelos de negocio y proyección internacional. El sector alimentario representa más del 6% del PIB nacional y es uno de los que más empleo genera en regiones.

En Culinary hemos sido testigos directos de esta evolución. A través de nuestro Laboratorio de Innovación Culinaria —impulsado con aportes del Ministerio de Educación— estudiantes y docentes desarrollan soluciones sostenibles con impresoras 3D de alimentos, destiladores y modelos de economía circular. Trabajamos con empresas locales comprometidas con la formación de los talentos que el país requiere, como Farmtástica, dedicada al cultivo de microgreens, y junto a agrupaciones como las mujeres algueras de Navidad promoviendo el uso de productos de origen local. En regiones como la Araucanía y el Maule promovemos experiencias farm-to-table que articulan innovación, patrimonio y desarrollo regional. Las artes culinarias ya no son solo cocinar: son ciencia, sostenibilidad, tecnología y emprendimiento.

Chile necesita apostar con decisión por la formación técnico-profesional. No solo como alternativa educativa, sino como verdadero pilar de desarrollo. Ello exige un compromiso sostenido del sector público y privado para fortalecer la calidad, la pertinencia y la innovación en la formación, junto con políticas que valoren socialmente a las y los técnicos como agentes clave de transformación.

Este Mes de la Educación Técnico-Profesional no debería ser solo una celebración. Debe ser también un recordatorio de que el desarrollo real de Chile ocurre allí donde la formación técnica se vincula con los territorios y abre oportunidades que aportan sabor, identidad y futuro al país.

 

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